Capítulo 7: Un ciclo de enseñanza y aprendizaje

Un ciclo de enseñanza y aprendizaje

Mateo se unió a Herminio en el pequeño taller de la granja, donde empezó a aprender a trabajar con mimbre y a escuchar las historias de los peregrinos que pasaban por su lado. A medida que el joven comenzaba a tejer, las lecciones de vida florecían a su alrededor.

El espacio de trabajo se convirtió en una zona fértil para el aprendizaje, donde la creatividad se unía con la enseñanza. Herminio encontró en Mateo, llamado ya por todo el mundo, como el “Mimbrito”. No solo un alumno, sino también un nuevo amigo y compañero en su camino.

Inspirado por los grabados, “Mateo, el Mimbrito” propuso que, en la próxima celebración, cada uno llevara un canasto decorado con símbolos que representaran su viaje personal y su conexión con la comunidad. Herminio, entusiasmado por la idea y consciente de la importancia de perpetuar tanto la tradición como la unión entre quienes recorrían el camino, aceptó la propuesta.

Ambos comenzaron a trabajar juntos, entrecruzando no solo mimbre, sino también los lazos de camaradería, amistad y huella que resonarían por generaciones. Con cada canasto creado, Mateo no solo aprendía una técnica, sino que también se integraba en la rica historia de Moya, convirtiéndose en un portador de las tradiciones que habían unido a las generaciones pasadas.

Así, el ciclo de enseñanza y aprendizaje se perpetuaba, asegurando que la luz de la comunidad nunca se apagara y que el eco de sus historias continuara resonando.

Tejiendo futuros

Durante la víspera de una festividad de gran relevancia, la comunidad de la Granja de Garcimolina participa activamente en las preparaciones con un espíritu de colaboración y afiliación. Los residentes, peregrinos y aprendices, entre ellos Mateo, se encargan de la confección de cestas simbólicas adornadas con cruces y arados. Este acto trasciende lo meramente artesanal para transformarse en un acto de memoria colectiva y revitalización cultural. La celebración, más allá de lo meramente festivo, representa la persistencia de principios como la fe, el trabajo y la transmisión intergeneracional del saber.

La aparición de Blasco

Un docente de danza originario de Santo Domingo de Moya, introduce una tensión inesperada. Este individuo, formado en un ambiente marcado por la tradición de la construcción en piedra seca, una técnica ancestral fundamentada en la precisión, la resistencia y la armonía entre elementos naturales, ofrece una perspectiva rigurosa del arte. En su comunidad, cada piedra colocada sin argamasa debía ser localizada de manera exacta, sin forzarla ni causar daño, ya que de ello dependía la solidez de la construcción.

Esta filosofía, orientada hacia el esfuerzo y el control, configura también su método de enseñanza de la danza, la cual percibe como una disciplina rigurosa, en la que el error es inadmisible.

Tomado por el pesar de la muerte trágica de su hermano Toñín —antiguo bailarín al que inconscientemente incitó a trascender sus límites—, Blasco proyecta su sufrimiento en sus estudiantes, empleando métodos severos y una actitud militarizada que contradice el espíritu comunitario de la festividad. No obstante, su encuentro con Isidora, una joven con lesiones manifiestas y que persiste en bailar, provoca un instante de conflicto emocional intenso.

Isidora, con dignidad y temor, le incita a examinar sus propias lesiones que todavía no han sido sanadas.

A partir de ese momento, Blasco admite su error, expresa sus disculpas públicas e inicia una reevaluación de su función como educador: ya no como agente de disciplina, sino como facilitador de expresión. La danza, de manera similar a la piedra seca, requiere cautela y atención: no se impone, sino que se acomoda. Esto es análogo a cómo cada piedra debe identificar su ubicación, y cada cuerpo en movimiento debe descubrir su verdad.

La culminación

De esta conducta ocurre durante la festividad, cuando Blasco, en un acto simbólico y doloroso, rompe el relicario que custodiaba las cenizas de su hermano, dispersándolas ante la presencia de todos. La serenidad que persiste es perturbada por Isidora, quien danza sobre las cenizas con vigor y delicadeza, convirtiendo el padecimiento en arte.

Uno tras otro, los miembros de la comunidad se unen a ella, formando una Carola 14, acompañándola con sus cánticos. Lo que inicialmente se consideró como una festividad se transforma en un rito agrupado de sanación, en el cual el duelo, el perdón y la esperanza se ligaban.

Esta concepción articula con delicadeza el tema central, el equilibrio entre la tradición y el cambio, la capacidad curativa del arte, y la construcción de comunidad como un proceso artesanal, en el que cada individuo, como cada piedra, encuentra su lugar sin ser forzado.

La referencia a la piedra seca no es una observación secundaria, sino una metáfora estructural que respalda la evolución emocional de Blasco y el mensaje principal de Garcimolina, que lo duradero se edifica con paciencia, escucha y amor compartido.

La danza de las raíces

El gran día de la celebración amaneció con la plaza de la granja transformada en un tapiz de colores, puestos de miel y queso, guirnaldas de romero colgando de balcones, y los canastos tejidos por los jóvenes brillando como escudos de mimbre bajo el sol. Mientras el aroma al pan de horno de leña se mezclaba con el cacareo de las gallinas, Blasco, el maestro de danza, observaba en silencio. Su mirada ya no era la del severo disciplinario, sino la de un hombre que había aprendido la lección más dura.

— «Como en la piedra seca, la verdadera robustez nace del equilibrio, no de la fuerza».

Al caer la tarde, las llamas crepitaron en la hoguera central. Carmen, con voz clara como campana, comenzó a narrar la historia.
— «¡Este canasto que veis no es solo mimbre! —dijo alzando una obra finamente trenzada—.

«Es la paciencia que nos enseñó, la fe que nos unió, la memoria que talló las cruces y los arados para que no olvidáramos nuestro camino».

Mientras hablaba del amor y el trabajo en equipo, Blasco dio un paso al frente. Sin una palabra, extendió sus manos hacia Isidora —la joven de piernas con lesiones del esfuerzo— y comenzó a guiarla en una danza lenta, deliberada, como quien coloca piedras en un muro seco. Uno a uno, los presentes se unieron a la rueda que formaron en su danza.

— Los viejos recordaron los pasos olvidados.

— Los niños imitaron el balanceo de las espigas.

— Hasta Mateo, torpe, pero emotivo, giró junto a Teresa.

Era la misma carola que el día de antes había nacido de las cenizas del dolor, pero ahora tejía lazos de vivos y muertos en un círculo sin fin.

La ceremonia de las Huellas

Cuando el sol se ocultó tras los montes, la comunidad formó un corro alrededor del gran canasto final —obra maestra de Justina y sus amigos—. Allí, entre cirios de cera de abeja chisporroteantes, honraron a los presentes.

— Herminio, cuyas manos convirtieron el mimbre en tradición.

— Mateo, que esculpió santos en madera de avellano.

— Los anónimos que sostuvieron la tradición con arados y sudor.

Blasco, con lágrimas que ya no ocultaba, murmuró.

— «Como cada piedra en su sitio… y cada uno tuvo su lugar».

El canasto — muro

Al colocar la cesta gigante en el centro de la plaza, todos vieron en ella un símbolo doble. Las varas de mimbre tejidas como las generaciones. Las cruces y arados tallados en su base que son piedras angulares de su identidad. Mientras las risas de niños y ancianos se fundían en un solo canto, el eco parecía responder desde los montes.

«Lo que se construye con paciencia perdura».
«Lo que se teje con amor, nunca se rompe»
.

Esa noche, bajo las estrellas, Blasco se sentó junto al olmo con la joven Isidora. Ya no como maestro y alumna, sino como dos piedras del mismo muro.
«Tu hermano baila en tus pies», dijo ella, señalando las cenizas dispersas de la hoguera.
«Y Herminio trenza en tus manos», respondió él, viéndola tejer una cinta en el canasto.

La fiesta terminó, pero la metáfora siguió viva. Garcimolina había entendido que la tradición y el cambio no eran enemigos. Como el mimbre flexible o la piedra precisa, cada uno encontraba su verdad «sin ser forzado, sino guiado». Y en ese equilibrio.

—Frágil como la danza, sólido como la roca—. Se edificaba lo eterno.