Capítulo V: La victoria de la fe

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La victoria de la fe

Bajo el liderazgo de Álvaro, los caballeros lograron repeler a los bandidos. Al percatarse de que la batalla estaba perdida, los atacantes huyeron hacia el bosque, dejando a sus enemigos exhaustos pero victoriosos. A medida que la tensión se disipaba, el sonido del viento entre los árboles se convirtió en un eco de alivio. Los hombres de la orden regresaron hacia los peregrinos, cuyos rostros pálidos y llenos de miedo ahora brillaban con gratitud.

— «¡Hemos sobrevivido gracias a vosotros!», exclamó el anciano líder del séquito, viéndolo con admiración. «No únicamente confrontáis con espadas, sino con el espíritu de la fe».

Aquel anochecer, las puertas del castillo se abrieron majestuosamente para acoger a los peregrinos. Entre sus muros, se celebró una vigilia de gratitud y reflexión. Las llamas de las hogueras reverberaban, chispeando al iluminar los rostros fatigados, pero serenos de quienes habían encontrado refugio. La música se entrelazaba con sonrisas y oraciones, creando un ambiente de comunión que alimentaba el espíritu.

El aroma del pan recién horneado y el vino compartido entre los asistentes generaban un aire festivo, un gesto de hospitalidad que unía a quienes profesaban la misma fe. Álvaro, aún consciente del eco de la batalla, observaba a los peregrinos mientras relataban sus travesías. Era palpable cómo sus historias de valentía y superación, forjaban comunidad.

 

Santuario esencial, Santerón y su ermita

Más allá del castillo, Santerón ofrecía una estructura básica pero vital para los viajeros. Aunque escasas en comodidades, brindaban cobijo para reabastecerse de víveres y agua. Aquí, los peregrinos recibían bendiciones y protección divina para el resto del viaje, convirtiendo este humilde enclave en un eslabón integral del camino. 

Punto de encuentro: La casa de labor de García Molina

La casa de labor y corrales de García Molina, asentamiento agrícola cercano, se erigía en candidata; su proximidad a fuentes de agua y tierras fértiles lo hacía ideal para el descanso. Los peregrinos no solo recuperaban fuerzas, sino que compartían vivencias, tejiendo una comunidad resiliente donde cada conversación reforzaba su espíritu de unidad. 

Contexto Histórico

Las rutas paralelas del camino de peregrinación podían adaptarse por diversas razones. Según el terreno, los conflictos o las preferencias de los viajeros, que a veces eligen itinerarios menos transitados. Cada localidad en la ruta ofrecía una oportunidad, para que los peregrinos compartieran historias y experiencias. Enriqueciendo el trayecto hacia su destino. Estas interacciones impactaban tanto a quienes viajaban, como a las zonas que transitaban. Creando conexiones profundas entre las personas y el entorno que las rodeaba.

La importancia del camino secundario

La ucronía  13 de proponer un segmento de la Ruta de la Vera Cruz, que llevase por Ademuz, Santerón y Casas de Garcimolina.

Utilizando este último topónimo como licencia literaria, para mejorar la comprensión del lector, sobre la casa de labor de García Molina. “Granja o granxa de Garcimolina”.

Permite una amplia perspectiva sobre el fenómeno de la peregrinación en el periodo medieval. Esta posible derivación (ficcionada), a pesar de no estar registrada como ruta oficial, es plenamente verosímil desde una perspectiva geográfica, antropológica y cultural.

Se encuentra en respuesta a una realidad dinámica, la de los múltiples y variables caminos que los peregrinos elegían en función de la seguridad, los recursos, las condiciones del terreno o la red de alojamiento.

Este ramal representa no solo la dimensión espiritual del viaje, sino también la profunda interacción entre el paisaje, la tradición y la comunidad. Los trayectos secundarios, en lugar de ser periféricos, revelan una coexistencia íntima entre culturas, oficios y devociones locales que prosperaban precisamente en las intersecciones. En este contexto, la inclusión de enclaves como la ermita de Santerón, que cuenta con una sólida tradición mariana, no constituye un añadido ficcional, sino un reconocimiento a los nodos espirituales que conformaban la religiosidad popular durante la Edad Media.

Por consiguiente, cada etapa del viaje se transforma en una intersección entre la fe vivida y la historia percibida de las localidades. Las fases no solo conducen a un santuario, sino que también configuran un destino compartido. En este marco, el arribo a Caravaca de la Cruz no se percibe como el final de una travesía física, sino como el culmen de un proceso transformador. Durante este proceso, las interacciones, los riesgos superados y las oraciones intercambiadas promueven un sentido de herencia que trasciende lo personal.

“Álvaro encarna el papel del caminante que, tras prestar su servicio con honor, se ve desbordado por las alteraciones en la orden que lo recibió. La declinación gradual del impacto original de la Orden y la consolidación de nuevas estructuras lo deja en un estado de inexistencia. No manifiesta renuencia, pero tampoco se ajusta a medida. Su ausencia no constituye un acto de insubordinación, sino una manifestación silenciosa de fidelidad interna”.

Al final, deposita su espada en el altar de la capilla del castillo, mucho antes de laudes, para no ser visto, y se ausenta casi desnudo, sin armas, ni defensas, ni despedidas; representa una renuncia sin estruendo, una fidelidad que se desvía sin resentimientos. El mensaje manuscrito en un trozo de pergamino, dejado junto a la espada, señala que la lealtad no constituye una manifestación de poder, sino una forma de presencia en el mundo.

 

«Existen pagos donde, ya no, me brindan apoyo.»

 

Álvaro no busca la muerte ni el ocultamiento. Solo avanza, fiel a su trayectoria recta y coherente con lo que siempre fue.

Algunos dicen que está en un monasterio remoto; otros, que sigue antiguos senderos de peregrinos por las montañas del oeste. Sea cual sea su destino, quienes lo conocieron lo recuerdan no como héroe, sino como hombre íntegro: ejemplo discreto de fidelidad sin alardes.

Así, este ramal del camino de la Vera Cruz —entre montes, aldeas y devociones— se convierte en legado de lo esencial.

  • Resiliencia humana frente al cambio.
  • La fe como señalador de rumbos, estrella y guía, en tierra firme.
  • La esperanza como vínculo entre quienes transitan por los márgenes.

 

El eco de sus pasos, de sus promesas y decisiones, perdura no solo en las piedras del camino, sino en la memoria de una comunidad forjada por trayectorias diversas.

 

«Lo importante no es el destino, sino la rectitud del camino».

 

NOTA DEL AUTOR.

 

Queridos lectores:

En este capítulo, que cierra el primer arco narrativo, varios elementos merecen una aclaración histórica.

La ermita de Santerón y su función como lugar de descanso y avituallamiento para viajeros y peregrinos es un elemento histórico real, que formaba parte de la red de pequeños santuarios y puntos de auxilio en las rutas medievales.

El concepto de «casa de labor» o granja, como la de García Molina, representa fielmente el tipo de asentamientos agropecuarios que jalonaban los caminos, ofreciendo recursos básicos a los viajeros. El uso del topónimo «Casas de Garcimolina» es, como se indica, una licencia literaria para facilitar la identificación con el territorio que inspira esta historia.

La ucronía sobre la ruta secundaria que pasa por Ademuz, Santerón y estas casas de labor, aunque no está documentada como camino principal, es verosímil desde la perspectiva histórica. Los peregrinos medievales frecuentemente tomaban derivaciones y atajos según las condiciones del terreno, la seguridad o la disponibilidad de recursos.

La crisis de las órdenes militares que lleva a la partida de Álvaro refleja un proceso histórico real: durante el siglo XIV y especialmente en el XV, las órdenes como Calatrava y Santiago sufrieron profundas transformaciones internas, con luchas de poder y una progresiva pérdida de su espíritu fundacional, que efectivamente llevó a muchos caballeros a replantearse su lugar en ellas.

El gesto de Álvaro al dejar su espada en el altar, aunque es creación novelística, encarna simbólicamente el conflicto espiritual que muchos caballeros medievales debieron afrontar cuando los ideales chocaban con las realidades políticas.

¿Qué os ha parecido este primer arco de la historia? ¿Os gustaría que en futuros capítulos exploráramos más profundamente la vida en estas granjas medievales o las rutas alternativas de peregrinación?

 

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