Capítulo 4: La nueva misión de Herminio en Moya

La nueva misión de Herminio en Moya. Al despertar dentro de las murallas del señorío de Moya, una cálida sensación de esperanza y anhelo envolvió a Herminio. La imponente fortaleza que tenía a sus pies, era mucho más que un bastión defensivo; representaba la fe y la protección de la que tanto le habían hablado sus compañeros peregrinos.

Este lugar marcaba un nuevo capítulo en su viaje, prometiendo algo más profundo que una simple escala en su camino hacia Murcia.

Aunque su destino final seguía siendo Caravaca, Herminio sabía que su paso por estas tierras había dejado una huella imborrable en su corazón. Cada cesto que había tejido, cada técnica que había enseñado, eran semillas plantadas en las comunidades por las que pasaba.

La nueva misión de Herminio en Moya

El taller como legado

En el castillo, comerciantes y peregrinos admiraron la calidad de sus trabajos en mimbre. Mientras observaban sus hábiles manos trenzando las varas, comenzaron a compartir sus propias historias y aspiraciones. Las palabras fluían como un río, llenando el alma de Herminio con un nuevo propósito.

— «Estas manos que un día vagaron sin rumbo, ahora tienen una misión clara», pensó mientras enseñaba a un grupo de jóvenes cómo cortar los brotes más flexibles.

—Recordó los campos de Garcimolina donde aprendió a seleccionar el mimbre en luna menguante, que cada familia cultivaba, y supo que ese conocimiento debía perpetuarse.

El taller ya no sería solo un lugar de paso, sino un centro donde transmitir el arte completo, desde el cultivo y la siega hasta el remojo y el trenzado final. Cada paso del proceso era un vínculo entre la tierra y las personas, entre el oficio y la comunidad.

La verdadera peregrinación

Mientras preparaba sus herramientas para la primera clase, Herminio entendió que su peregrinaje no terminaba en Caravaca. El verdadero camino era este: dejar habilidades que florecieran como el mimbre en primavera, creando raíces más duraderas que cualquier huella en el polvo de los senderos.

Los cestos que salieran de este taller llevarían algo más que frutos o panes: llevarían historias enlazadas, como las varas que ahora enseñaba a doblar sin quebrar.

Herminio, el maestro del mimbre en Moya

Pronto, Herminio se integró en la bulliciosa vida de Moya. Improvisó un taller junto a las murallas, donde el aroma a mimbre fresco y cañas trenzadas comenzó a atraer a curiosos y aprendices. Entre ellos, don Ponce de Cabrera, el joven hijo de Bernardo, un noble escéptico que al principio observaba con desdén, pero que terminó fascinado al ver cómo las fibras se doblegaban al fuego y al agua, transformándose en obras útiles.

Un taller que tejía comunidad, lo que comenzó como un simple espacio para trabajar el mimbre, pronto se convirtió en un lugar de encuentro: comerciantes llegaban con cañas recién cortadas, ansiosos por aprender. Labriegos y plebeyos se sentaban en círculo, compartiendo técnicas, mientras sus manos torpes al principio ganaban destreza. Mujeres y niños adornaban los cestos con cintas y símbolos, añadiendo belleza a lo práctico.

Bajo la atenta mirada de Herminio, el taller se convirtió en algo más que un sitio para hacer cestas, era un refugio donde nacían amistades, donde se hablaba de fe, de esperanza y de los caminos que cada uno llevaba en el corazón.

Con cada pieza creada, Herminio no solo enseñaba un oficio, sino que fortalecía los lazos de la comunidad. Los cestos ya no eran solo recipientes, sino símbolos de protección y unidad, cada uno con su propia historia tejida entre las fibras. Las conversaciones que surgían entre risas y trabajo manual hablaban de peregrinaciones, de sueños y de la vida cotidiana que ahora parecía más llevadera.

Con el tiempo, los habitantes de Moya empezaron a ver en Herminio algo más que un artesano.

«Era un maestro que enseñaba con paciencia, un guía que, sin pretenderlo, mostraba el camino no solo del mimbre, sino de la vida en comunidad».

 

De artesano a figura querida

Lo que había comenzado como un gesto noble —compartir su habilidad— se transformó en una misión cultural y espiritual. Herminio, sin proponérselo, se convirtió en un pilar de Moya, su fama se extendió más allá de la villa, atrayendo a peregrinos que querían aprender de él. Su humildad y sabiduría práctica inspiraron a muchos, incluido el joven don Ponce, quien dejó de lado su escepticismo para admirar el valor de lo sencillo.

Al final, Herminio comprendió que su verdadera peregrinación no terminaba en Caravaca, sino aquí, entre las manos laboriosas de quienes ahora llamaban “maestro” al antiguo vagabundo.

 

«El mimbre, flexible, pero resistente, es como la vida misma, se moldea con esfuerzo».

«Pero al final, todo queda unido en una obra que perdurará».

 

El camino hacia la fe renovada

Herminio dedicó parte de su tiempo a ayudar a los peregrinos que llegaban a Moya, compartiendo con ellos no solo su arte, sino también relatos de su viaje. En esos momentos de encuentro, las historias de vida se ligaban, tejiendo la experiencia colectiva de aquellos que se sentían impulsados por la fe. Los ancianos del lugar, dotados de la sabiduría que solo el tiempo puede otorgar, le enseñaron mitos y leyendas sobre la fortaleza y su historia.

 

Reconocimiento cruzado entre nobleza y pueblo llano

Con el paso de los meses, los aldeanos comenzaron a venerar a Herminio como un protector y un sabio. Durante la festividad del mes de la Cruz, su trabajo se convirtió en un emblema de la unión de las fuerzas espirituales y artesanales del lugar. La gente organizó un concurso de canastos en el que participaron tanto peregrinos como aldeanos, honrando la labor colectiva y el acto de compartir historias a través de la creación. Era un recordatorio de que, mediante la fe y el arte, podían construir un vínculo que trascendería el tiempo.

La festividad del mes de la Cruz en Moya (año de 1347)

El origen y significado es una fiesta de reconquista e identidad. En una plaza fronteriza y fortificada como Moya, la Cruz es un símbolo guerrero y de fe militante.

Es la conmemoración de la victoria crucial contra los musulmanes en las zonas limítrofes. La Cruz era el estandarte bajo el cual se combatía, y la divisa de los caballeros.

La propaganda política, para la Orden de Santiago, que controlaba el castillo, esta festividad era una herramienta de difusión y legitimación. Reforzaba su papel como defensores de la fe y señores legítimos del territorio frente a otras órdenes, como Calatrava y Montesa, o contra la propia corona.

«Sincretismo religioso», mayo era, ya, un mes de ritos paganos de fertilidad en la cultura campesina. La Iglesia cristianizó estos ritos superponiendo la celebración de la Cruz.

Se bendecían los campos para asegurar la cosecha.

Elementos clave ficcionados de la celebración

El Concurso de Canastos, elemento único y central, no es un elemento histórico estándar, pero es perfectamente verosímil. Transforma una actividad económica (la cestería) en un acto de devoción comunitaria. Los canastos se decorarían con símbolos de cruces (de Caravaca, de Santiago, de San Juan) y se bendecirían para uso en la cosecha, convirtiéndose en objetos a la vez utilitarios y sagrados.

Procesión y Bendición: El acto principal sería una solemne procesión con una reliquia de la Vera Cruz o un crucifijo importante, llevado en andas, en procesión, por los caballeros de Santiago. Recorrería las murallas y los arrabales, bendiciendo los campos y ahuyentando simbólicamente a los malos espíritus y enemigos.

Misa Solemne: Se celebraría una misa especial en la iglesia de Santa María la Mayor, en la plaza mayor, con la presencia del alcaide, los caballeros, todos los habitantes y peregrinos.

Feria y Mercado: Coincidiendo con la fiesta, se establecería una «feria franca». Por concesión señorial, privilegio otorgado oficialmente en los arrabales. Peregrinos y mercaderes serían atraídos no solo por la devoción, sino por el comercio libre de impuestos. Esto explica la afluencia de gente que descubre el taller de Herminio.

Narrativa oral y leyendas: Los ancianos viejos del lugar, como custodios de la memoria, relatarían en público las leyendas fundacionales del castillo, hazañas de caballeros santiaguistas y milagros asociados a una cruz. Herminio se inserta en esta tradición, añadiendo sus propias historias de peregrinación.

El rol de Herminio en la festividad

Herminio no es un mero participante, es el catalizador que une todos los hilos de la fiesta.

Arte y devoción, proporciona los objetos rituales (los canastos con simbología sagrada), que son centrales para el nuevo concurso.

Unificador social, su taller y el concurso logran lo que la política a veces no puede: unir a santiaguistas y calatravos, aldeanos y nobles, en una empresa común y pacífica.

Nuevo símbolo, sin pretenderlo, Herminio se convierte en un símbolo vivo de la fiesta. Su historia de redención a través del arte y la fe encarna perfectamente el espíritu de renovación y devoción que se celebra. Es el «peregrino artesano» cuyo trabajo honra a la Cruz de una manera nueva y tangible.

Puente entre tradiciones, incorpora el conocimiento rural de Garcimolina (el mimbre, las lunas) a la tradición guerrera y religiosa de Moya, enriqueciendo la cultura local.

La festividad del mes de la Cruz en Moya sería un evento, donde se entremezclaban el poder feudal (la Orden de Santiago), la fe militante (la Cruz como estandarte), la supervivencia económica (la feria) y la identidad comunitaria (leyendas, procesiones). La llegada de Herminio introduce un elemento profundamente humano y artesanal, transformando la celebración de un mero ritual de poder, en una fiesta que también honra el trabajo, la comunidad y las historias de la gente del pueblo llano.