Asociación de vecinos y personas mayores PEÑA EL PARDO

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    La historia de mi abuelo Juan Blas es la de muchos hombres y mujeres que habitaron nuestra Serranía a lo largo del siglo XX. En ella podrás ver reflejado a tu abuelo, tu padre o tus vecinos y podrás viajar a otra época a través de las vivencias de una familia.

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  • Mi abuelo Juan Blas y algunos paisanos más. Tercera entrega

    14 Estraperlo

    Mi abuela María y mi abuelo Juan se casaron el 4 de octubre de 1942 y diez meses después nacía su hijo Joaquín. Mi abuelo le puso el nombre de su padre, fallecido con 44 años en Saldón.

    Los años de posguerra fueron especialmente duros en la zona. La represión franquista se cebó con esa Serranía que había permanecido fiel a la república hasta el final de la contienda.

    Pero con el fin de la guerra no se detuvo el hambre, los campos habían sido arrasados y la recesión económica era feroz. Para mitigar esta situación, el régimen impuso las cartillas de racionamiento que pretendían la vigilancia y el control absoluto de los alimentos producidos y consumidos en el país. Las cartillas determinaban los alimentos que correspondían a cada familia, pero había algunos que escaseaban y el sistema no funcionaba correctamente. La necesidad era tan grande en esta pequeña familia que mi abuelo inició una nueva, pero muy peligrosa, actividad: el estraperlo.

    Cartilla de racionamiento

    Mi abuelo se movía por las noches, con su mula viajaba por los pueblos a casas de conocidos.  Subía a Zafrilla con dos sacos de cebollas y se volvía con cuatro de patatas que después vendía en La Huérguina. Eran ventas o trueques por pura necesidad, con los que mis abuelos no se hicieron ricos, ni mucho menos. Simplemente sobrevivían. Otras veces bajaba a Utiel y subía con aceite, un bien muy escaso y preciado.

    En una ocasión, volvía de Utiel con una garrafa de aceite en el coche de línea. Este paró en la plaza de La Huérguina justo en frente de los guardias que pasaban por allí en aquel momento. Mi abuelo petrificado no sabía qué hacer, si dejar la garrafa allí o cogerla y echar a correr. El caso es que disimuladamente se la llevó a su casa.

    Por la noche llamaron a la puerta, era un guardia civil. Mi abuelo se temía lo peor: lo iban a detener. Al abrir la puerta vio que el hombre venía con un cacillo de hojalata para que mi abuelo le echara aceite. Juan se lo llenó y el hombre se marchó por donde había venido, sin decir ni una palabra. Era una forma de cobrarse su silencio, pero también una forma de tener aceite, ya que los guardias también pasaban necesidad.

    En 1945 nació su segundo hijo, Benito. Un día avisaron a mi abuela de que estaban los guardias en la entrada del pueblo, justo a la hora que tenía que volver mi abuelo con la carga que traía de la sierra. Mi abuela mandó a sus dos hijos, que fueron corriendo por el campo a avisar a su padre para que no subiera por la cuesta donde estaban los guardias. Tenía que esconderse, dar un rodeo y subir por otro sitio.

    Muchos eran cómplices de lo que hacía mi abuelo, como el conductor del coche de línea, algunos vecinos o el guardia. La mayoría de ellos se beneficiaban. No puedo imaginar el miedo de andar por aquellos caminos de noche, de pueblo en pueblo, con frío, pensando que te pueden pillar en cualquier momento. Tuvo suerte, nunca lo hicieron.

    15 Maquis

    Corría por la Serranía un rumor que hablaba de hombres que se echaban al monte. La represión contra los vencidos era tan dura que para muchos fue la única opción. Las visitas a sus casas eran continuas, los interrogatorios y las torturas, por lo que muchos vieron en la huida la única salida. Había también guerrilleros que cruzaban el Pirineo desde Francia para luchar contra Franco y recuperar España. Pronto los inmensos montes de nuestra zona y la escasa población hicieron de aquellas sierras el lugar perfecto donde operar la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón. Cada vez el rumor era más cercano, se sabía de la entrada de maquis a pueblos pidiendo comida y armas, e incluso se les acusaba de cometer algún asesinato.

    Una noche mi abuelo Juan bajaba por la cuesta desde su casa hacia la carretera, iba a casa de su hermana Lucia que vivía allí con su marido que era el cobrador del coche de línea. Al cruzar la carretera Juan sintió un golpe en los riñones: alguien le estaba encañonando por la espalda. Era uno de aquellos hombres del monte, un maqui, pero no estaba solo, había más. Muy rápido le metieron en la casa, andaban buscando un arma. No se llevaron comida, ni la recaudación de todo el mes del autobús que estaba en la chaqueta, colgada a la entrada. Solo buscaban un arma que no consiguieron.

    Dentro de aquella casa había seis o siete maquis que armados amenazaron a todos los presentes. Si daban parte a la Guardia Civil, al día siguiente vendrían y los pasarían a todos por las armas. Por otro lado, si los guardias se enteraban de que habían visto a los maquis y no habían denunciado podrían acusarles de colaborar con la guerrilla y sería igual o peor. Mis abuelos se encontraban entre la espada y la pared.

    Se sabe que en Peñalta hubo durante un tiempo un chozo donde vivían varios maquis. Mi abuelo había llegado a verlo. Los pastores que estaban todo el día en el campo veían cosas. Pero allí Juan, veía, oía y callaba.

    16 Silla

    El encuentro con los maquis demostró que los rumores eran ciertos. El miedo de la familia era tan grande y se oían tantas cosas que en pocos días mis abuelos prepararon lo poco que tenían: unas ovejas, unas gallinas, poco más. Se marcharon con dos niños bien pequeños a una masía cercana al pueblo de Silla en Valencia. Tanto si denunciaban lo ocurrido como si no, toda la familia estaba en peligro. La huida era una forma de escapar de los maquis y empezar una nueva vida, donde no conocieran los antecedentes políticos de la familia.

    Era 1948, año en el que estuvieron seis meses en Silla. Solo se quedaron ese periodo de tiempo porque descubrieron que allí había incluso más maquis que en La Huérguina. Se oía continuamente de la entrada de maquis en masías cercanas. El problema no eran los maquis en sí, el problema venía si los ayudabas y los guardias se enteraban. Los vecinos de los rentos o masías en mitad del campo fueron quienes más sufrieron las consecuencias de la guerrilla, ya que muchos de ellos fueron torturados, encarcelados o incluso ejecutados. Se les acusaba de colaborar con los guerrilleros.

    Un día estando mis abuelos dentro de la casa se oía a la cabra balar muy fuerte por fuera. Mi abuela María tenía tanto miedo que no se atrevía a ir a ver qué pasaba y le dijo a mi abuelo: “Juan, los maquis se están llevando a la cabra. Ve corriendo que se la llevan” Mi abuelo aun con miedo llegó hasta la cabra. La pobre se había enganchado por el cuello con algo y se estaba ahorcando ella sola. Era por ese motivo por el cual se oía balar tan fuerte, pero era tan grande el miedo que tenían, que casi la dejan morir solo por no exponerse a los guerrilleros.

    Al hijo pequeño le habían puesto de nombre Benito, como su abuelo. El pobre estaba desesperado por volver a La Huérguina, puesto que la huida a Silla no había funcionado. Los maquis de La Huérguina ya se habían ido así que la pequeña familia regresó a su pueblo. Pocos años después, nació mi padre: David.

    17 Valencia

    Mi bisabuela Prudencia había pasado unos años relativamente fáciles al lado de su nuevo marido. En La Huérguina, a pesar de la guerra y el hambre no habían sido tan dramáticos como los vividos en Saldón.

    Sus cuatro hijas, fruto del nuevo matrimonio, se habían hecho mayores y se habían marchado a Valencia o Barcelona a servir y a formar sus propias familias.

    En 1945 Blas Sánchez ya contaba con ochenta y cinco años. Un día estando en casa se quedó dormido al lado del fuego y se cayó, con tan mala suerte que su cuerpo sufrió grandes quemaduras. Estas no evolucionaron bien y a los pocos días falleció. Al faltar su marido, Prudencia no quiso quedarse sola en La Huérguina y se bajó a vivir a Valencia con Amparo, su única hija soltera.

    Mi bisabuela Prudencia con su hija Amparo y su sobrina Dominga, hija de María Cruz.

    Amparo trabajaba en una portería y además era bordadora. Sus manos habían bordado cientos de ajuares para las futuras novias de la Ciudad del Turia, pero ella nunca se casaría. Vivía también con ellas un sobrino llamado Ramiro y un loro parlanchín al que habían enseñado a decir “Ramiro Borracho”.

    Allí en la portería les pilló la intensa riada que arrasó la ciudad del Turia. Por aquel entonces mi bisabuela Prudencia ya tenía setenta y seis años. Era el domingo trece de octubre de 1957, en Valencia apenas había llovido, pero aguas arriba llevaba más de treinta horas diluviando. El río Turia se llevó la vida de ochenta y una personas y dejó la ciudad sepultada bajo miles de toneladas de lodo. La portería quedó llena de agua, pero afortunadamente no tuvieron que lamentar la pérdida de vidas cercanas. Solo vivieron con pena la muerte de aquel lorito parlanchín que nunca más diría aquello de “Ramiro Borracho”.

    Calles anegadas en la gran riada de Valencia 1957.

    Prudencia no volvió a subir a la Serranía de Cuenca. Murió bastante mayor en Valencia, donde pasó sus últimos años impedida, fue su hija Amparo quien la cuidó hasta el final.

    Mi bisabuela Prudencia con su hija Marcelina y su nieta Purita, en una visita a Barcelona.

    18 La gran migración

    Mi abuelo Juan siguió en La Huérguina con su mujer María y sus tres hijos. Vivían de la agricultura y de las treinta ovejas que cabían en la cuadra. La represión feroz había aflojado y la vida se tornó tranquila para el matrimonio. Pero los hijos se hicieron mayores y como muchos paisanos, ellos también dejaron el pueblo. Todos se marcharon a Barcelona donde también nacerían sus hijos.

    Los hijos de Juan y María aprovechaban los puentes y vacaciones para visitar a la familia en el pueblo, pero sus vidas ya estaban establecidas en la ciudad condal. Fue así como nuestros pueblos se fueron vaciando, se cerraron escuelas, comercios y bares y allí quedó sobre todo gente mayor que se resistía a abandonar sus hogares.

    Mi abuelo Juan murió el verano de 1981. Durante la primavera siguiente, nací yo.

    Cómo me habría gustado conocerle.

    Mi abuelo Juan con su hermana Amparo.

    Este es el relato de las vivencias reales de una familia y de cómo el avance de los tiempos mejoró las condiciones de vida de todos ellos. Esta historia está escrita porque quiero que mi hermana, mis primos, sus hijos y los míos, tengan el recuerdo de quienes fueron sus antepasados. Pero sobre todo está escrita para que ninguno de nosotros, por muy lejos que nos lleve la vida, olvidemos de dónde venimos. Todos llevamos dentro un trozo del Collado Verde, de Saldón, de La Inclusa de Teruel, de Algarra, de La Huérguina, de la Barceloneta y hasta de la trinchera. Llevamos dentro la fuerza y el coraje de todos estos hombres y mujeres, que por mucho que la vida les apretó siguieron adelante, dando lugar a lo que hoy somos nosotros. Para mi gran familia, con mucho cariño. Anabel Blas.

    Agradecimientos

    Es evidente que esta historia no hubiera podido ser escrita si no fuera por la ayuda desinteresada obtenida de mis familiares más cercanos, en especial mi padre, David Blas.

    La información expuesta ha sido contrastada mediante la consulta en archivos de la zona. Quiero mostrar mi agradecimiento a las personas que los custodian y que amablemente me han ayudado en esta búsqueda.

    Archivo de la Diputación de Teruel – Charo Valenzuela

    Ayuntamiento de Saldón – Pilar Villanueva

    Ayuntamiento de Algarra- José Manuel Huerta

    Ayuntamiento de La Huérguina – Valentín

    Explica’m Barcelona – Susana

    Barcelona Memory

    Portal de archivos españoles – PARES

    Brunete en la Memoria

    Mariano López Marín Cronista oficial de Salvacañete.

    La Gavilla Verde

    Fundación Anselmo Lorenzo – CNT

    Eduardo De La Calle Sánchez

    Alberto Hernández de La Fuente

    Laura Delgado González

    Lorena Bujanda

    Club de Lectura de Albelda de Iregua

     

    Si puedes aportar algún dato más a esta historia, no lo dudes:

    anabelblasmontesinos@gmail.com


  • Mi abuelo Juan Blas y algunos paisanos más. Segunda entrega.

    8 CNT

    Acabada la Exposición Internacional mi abuelo siguió viviendo en Barcelona, había conseguido un trabajo en una cantera y sus condiciones habían mejorado. Fue entonces cuando se mudó a casa de la Tía Romualda, una señora de La Huérguina que acogía a modo de pensión a muchos mozos de la Serranía que aparecían por allí. Vivían en el barrio del Carmelo, en la montaña, por encima de la calle Santuari. Allí mi abuelo dormía en la misma cama que el Tío Adrián (también de La Huérguina), ya que el poco espacio que había debía aprovecharse al máximo.

    Fue durante su trabajo en la cantera cuando entró en contacto con el movimiento obrero que operaba en la ciudad. Mi abuelo se afilió a la CNT en abril de 1932. La dictadura de Primo de Rivera había ilegalizado el sindicato anarquista de 1923 a 1930, pero con la llegada de la Segunda República la CNT se reorganizó en toda España, convirtiéndose en el sindicato mayoritario de Catalunya. Se fundaban en Barcelona los sindicatos de barrio y los comités de defensa.

    En aquellos años la CNT no solo defendía los derechos de los trabajadores, como cualquier sindicato, sino que suponía una red de ayuda y solidaridad entre sus miembros. Había ateneos, escuelas y cooperativas. El sindicato estaba presente en toda la vida del trabajador, mediante eventos culturales, políticos y familiares.

    Pero los conflictos entre obreros y patronal eran intensos, las huelgas muy largas y la represión contra los sindicalistas muy grande. Mi abuelo Juan iba a quedarse con el mando de la cantera donde trabajaba (ya estaba apalabrado con el jefe), pero se inicia entonces una grave crisis económica, con gran inestabilidad política y social. En 1935 cuando empezaba a escasear el trabajo mi abuelo volvió a La Huérguina.

    Un año después, en julio de 1936 un grupo de militares rebeldes encabezados por Mola, Franco y Queipo de Llano daba un golpe de estado contra el Gobierno de la Segunda República. Empezaba entonces la guerra.

    Comité regional de la CNT en Vía Laietana, Barcelona.

    9 Algarra

    Por pequeños avances que hubiera en la ciudad, estos no habían llegado a nuestros pueblos, donde vivía una sociedad en general muy conservadora y donde la iglesia dominaba todos los aspectos de la vida social de las personas. Salirse de los cánones establecidos podía suponer el rechazo del resto de los vecinos e incluso de la propia familia. Un ejemplo claro podemos encontrarlo en la vida de Mariano Pérez Martínez, un vecino de aquellos pueblos, más conocido como Mariano Tedas.

    Con treinta y nueve años Mariano cometió el pecado de dejar embarazada a su moza sirvienta Manuela Sánchez, natural de Pedro Izquierdo, que por aquel entonces tenía veintisiete años. La sociedad del momento no vería con buenos ojos esta relación y la familia Tedas terminó por desheredar a Mariano.

    A los pocos meses Mariano inscribía a su hijo Benito Sánchez en el registro civil con los apellidos de la madre, pues al no estar casados Benito sería hijo únicamente de su madre soltera. Fruto de aquella relación nacerían cinco hijos más en Algarra, Salvacañete y Salinas del Manzano, los distintos pueblos donde la familia vivió.

    Mariano había nacido en Algarra sobre el año 1844. Algarra es un bonito pueblo de la Serranía Baja de Cuenca situado en lo alto de una risca, cuyas casas colgadas gozan de preciosas vistas al valle del Río con el mismo nombre. Mariano pertenecía a una familia adinerada de la zona, que vivía de la explotación de la madera de pino de donde se sacaba la teda o tea, un trozo de leña extraída del tocón y de las raíces, que se encuentra muy impregnado de resina. De ahí su nombre.

    Mariano Tedas con su yegua.

    Mucho tiempo después, con más de setenta años, Mariano se casó con Manuela, la sirvienta y madre de sus seis vástagos. Los hijos y nietos de esta pareja acudieron a la boda y por fin pudieron utilizar el apellido paterno, Pérez, al reconocerlos su padre cuando ya contaba con setenta y ocho años de edad.

    El hijo mayor, Benito Pérez Sánchez, había sido hijo ilegítimo durante media vida y había vivido en sus propias carnes las injusticias que se cometían. Al hacerse mayor se casó con una moza de La Huérguina llamada Lucía Murciano. Allí establecieron su residencia y nacieron sus cuatro hijas. Sus ideas socialistas le llevaron a ser el alcalde del pueblo, donde había enseñado a leer y a escribir a muchos de sus vecinos.

    10 La Guerra

    Mi abuelo Juan volvió con 30 años a La Huérguina, un pueblo que vivía de la agricultura, donde no había industria, ni fábricas y sus habitantes no tenían nada que ver con los movimientos obreros que conocía de Barcelona, ciudad en la que había pasado casi diez años. Pero sí había gente de izquierdas y con ideales políticos. Pronto se hizo íntimo amigo de un hombre de cincuenta y tres años llamado Benito Pérez Sánchez.

    Las hijas de Benito habían emigrado a Barcelona, donde trabajaban en casas de familias adineradas. Era común que las chicas jóvenes de nuestros pueblos fueran a las ciudades a servir desde muy pequeñas, como la hermana menor de mi abuelo Juan, llamada Marcelina, fruto del matrimonio de Prudencia con Blas Sánchez. Cuando Marcelina era pequeña estuvo muy enferma, haciendo que mi bisabuela tuviera preparada la ropa para enterrar a otra hija más. Pero esta vez la suerte los acompañó. Marcelina sobrevivió y con solo 12 años se fue a servir a una tienda en la ciudad condal. Era tan pequeña que no llegaba ni al mostrador.

    Marcelina se hizo mayor en Barcelona, donde quedaba alguna tarde con María, una de las hijas de Benito, pues se conocían del pueblo. Marcelina le enseñaba a María la foto de su hermano Juan y María se reía diciendo “¡Vaya patas más torcías tiene!”. Ninguna de las dos se imaginaba lo que pasaría después.

    Cuando empezó la guerra, María (la hija de Benito) perdió a su novio en Barcelona a causa de la tuberculosis y volvió a La Huérguina, donde al menos estaría con su familia. Muchos hombres y mujeres de la Serranía volvieron a los pueblos durante la guerra. El hambre en las ciudades era atroz, los bombardeos mataban a miles de personas y el trabajo escaseaba. La guerra en la retaguardia de la Serranía era dura, pero no tanto como en la ciudad.

    Los primeros meses de conflicto en La Huérguina fueron los más agitados. Benito Pérez era el presidente del Comité Revolucionario local y mi abuelo Juan lo acompañaba en todos sus movimientos.

    A los pocos días de empezar la guerra, concretamente el 25 de julio de 1936, milicianos venidos de Utiel (Valencia) entraron en la iglesia del pueblo sacando las imágenes de culto y quemándolas, causando un gran daño al escaso patrimonio existente. Los mismos milicianos hicieron tropelías semejantes en la mayoría de los pueblos de la comarca. Las iglesias y los curas fueron los mayores perjudicados.

    Un mes después, también en La Huérguina, tuvo lugar el asesinato del párroco de Ademuz. En agosto de 1936, milicianos venidos de fuera metieron al cura en un camión en Torrebaja y lo ejecutaron en un paraje de La Huérguina llamado ‘El Mojón’. A la mañana siguiente un hombre lo encontró y fue enterrado en el mismo sitio donde había sido hallado. En otra ocasión, los milicianos entraron en La Huérguina buscando a una maestra, por lo visto de derechas. Preguntaron a Benito Pérez como responsable del comité local dónde podían encontrarla para darle el paseo. Benito, que estaba junto a mi abuelo, les dijo que de allí no se iban a llevar ninguna maestra, que se fueran por donde habían venido. Obedecieron.

    Aunque no había enfrentamiento directo en el pueblo, sí vinieron de otros lugares soldados republicanos a vivir de forma estable. Era un punto estratégico, pues por allí pasaba la carretera hacia Cañete. Tres de estos soldados vivían en casa de Benito y había otros tantos repartidos por las casas del pueblo. Mi abuelo Juan pasó el inicio de la guerra de miliciano voluntario en La Huérguina. Estaba en la retaguardia, controlaba los accesos, hacía tareas de vigilancia y cumplía órdenes. El enemigo avanzaba y en la retaguardia se preparaban para el combate. Es curioso observar que el número de muertes producidas en la retaguardia es muy similar al de las producidas en el frente, pues en la retaguardia se trataron asuntos personales que acabaron en asesinatos, utilizando el pretexto de la guerra.

    11 La trinchera

    El 12 de enero de 1938 la vecina Villa de Cañete fue bombardeada por nueve bimotores de la aviación fascista. Se bombardeó la carretera de Cuenca a Teruel a su paso por Cañete por ser un punto de gran interés estratégico, pues comunicaba el centro de la península con el Levante. Las bombas cayeron cerca del río donde estaban lavando las mujeres la ropa. Hubo muertos y algunos niños quedaron con secuelas graves de por vida.

    El frente iba sumando bajas y cada vez eran necesarios más soldados. El 28 de mayo de 1938 fueron llamados a filas los reemplazos de los años 1925 y 1926. Entre ellos estaba Juan Blas. Mi abuelo fue reclutado en el 32º Batallón de Obras y Fortificaciones. Por todos los pueblos de la zona se estaba construyendo una línea defensiva de trincheras que debía impedir el avance de las tropas fascistas hacia la zona de Levante y especialmente defender la ciudad de Valencia.

    En La Huérguina se construyeron tres líneas de trincheras en diferentes parajes, El Estrecho, Los Hoyuelos y el Cerro de En medio. La construcción de la trinchera consistía en cavar toda una zanja con forma de pasillo y reforzar sus paredes con muros de casi un metro de espesor de piedra. Para hacerlo había que cargar con muchos kilos de esta. Sin duda un duro trabajo que se prolongaba durante todo el día en los meses más calurosos del verano de 1938.

    Aunque es sabido que en aquellas trincheras participó gente de La Huérguina y de pueblos cercanos, este tipo de trabajo estaba reservado para hombres entre veintiocho y treinta y cinco años, miembros de sindicatos. Especialmente obreros de la construcción y debidamente avalados por el sindicato de procedencia. Puede que su condición de sindicalista librase a mi abuelo de pasar unos meses en el frente ya que en su ficha de reclutamiento aparece una mención especial a su afiliación a la CNT. Mientras estuvo construyendo la trinchera de La Huérguina pudo dormir en su casa todas las noches, hecho que para cualquiera en plena guerra era todo un privilegio.

    Ficha de reclutamiento Juan Blas

    El trabajo en la trinchera era muy duro. Había que construir kilómetros de fortificaciones repartidos en varios pueblos en muy poco tiempo, pero los jóvenes que allí trabajaban conservaban su sentido del humor. Aprovechaban cualquier ocasión para retarse entre ellos y hacer todo tipo de apuestas.

    Un día mientras trabajaban en la fortificación, salió de debajo de una piedra un lirón careto, (una especie de rata de monte) y todos los hombres empezaron a bromear a ver quién era capaz de comérselo. Un valiente, cogió la rata y se la metió en la boca mientras los demás lo miraban. Cuando la cola de la rata asomaba por la boca del soldado empezaron las toses y las arcadas del resto. Las palabras de mi abuelo: “allí nadie vomitó, ninguno teníamos nada en las tripas para poder vomitar”.  Aquel día en la trinchera, el único que metió algo al estómago fue el soldado que se comió la rata.

    Cartel de la CNT animando a enrolarse en los batallones de obras y fortificaciones.

    Trinchera del Cerro de En medio, La Huérguina.

    12  Brunete

     En octubre de 1938 terminó la construcción de las trincheras. Fue entonces cuando la Caja de Reclutamiento de Cuenca mandó a mi abuelo Juan Blas junto con más vecinos de aquellos pueblos a Brunete. Daba igual por qué bando sintieran más afinidad, simplemente les tocó vivir la guerra en zona republicana y debían defenderla.

    El verano de 1937 el ejército republicano había abierto el frente de Brunete. Era la primera ocasión en la que los republicanos pasaban de la defensa al ataque. Fue precisamente en ese pueblo, donde tuvo lugar una de las batallas más sangrientas de la guerra. Más de un año después, llegó mi abuelo a la zona. Él decía que allí no había medio metro de tierra que no tuviera metralla, algo fácil de entender teniendo en cuenta que solo en aquellos pueblos ambos bandos sumaron más de treinta y nueve mil bajas. El hambre los acompañó durante toda su estancia en el frente, hubo días que solo comieron una ciruela. Uno de los hombres de La Huérguina decía que allí no había hombres, que allí solo había “caláveres”. No se refería a los muertos, sino a los vivos.

    Por aquel entonces la guerra ya estaba sentenciada a favor de Franco. Una noche estando en el frente, anunciaron a mi abuelo y a sus compañeros que a la mañana siguiente entrarían en combate. El tío Silvino de La Huérguina, se echó a llorar como un niño y le decía a mi abuelo “Juan, tú eres soltero, pero yo ya tengo un hijo”. Estaban aterrados, ya que sabían que si entraban en combate no sobrevivirían.

    Al día siguiente la contienda evolucionó de otra manera y por suerte mi abuelo nunca entró en combate. Solo en una ocasión tuvo que socorrer a un compañero de La Huérguina que había sido herido en un talón. Más tarde se lo agradecería de una peculiar forma.

    Estando los hombres de La Huérguina en Brunete se organizó desde el pueblo un viaje para que fueran sus mujeres a visitarlos al frente. Estas visitas se solían hacer para levantar el ánimo de las tropas. Lo que no se sabe, es con qué ánimo volverían las mujeres al pueblo viendo el estado en que se encontraban sus maridos o novios. Más de un niño nació meses después de estos viajes al frente.

    Camilleros republicanos en Brunete.

    13 Posguerra

    Acabada la guerra, los vencedores tienen sed de venganza y desde Cuenca se pide a los ayuntamientos de la zona, (todos afines al régimen) que manden una lista de los alcaldes y componentes de los consistorios durante la guerra, así como personas implicadas en la quema de iglesias e imágenes. En 1940 el nuevo alcalde de La Huérguina envía una lista pormenorizada de los actos cometidos en el pueblo, como el asesinato del cura de Ademúz, la quema de imágenes en la iglesia, amenazas a vecinos de derechas, requisas de dinero, reses y alimentos. Entre las personas acusadas se encuentran Benito Pérez y mi abuelo Juan Blas. Los demás miembros de la lista eran hombres del pueblo que en algún momento habían manifestado ideas de izquierdas.

    Los años posteriores a la guerra, Benito Pérez los pasó entrando y saliendo de la Cárcel de Cuenca. Solo él sabía lo que pasó allí. Había sido el jefe de Comité Revolucionario, había sido alcalde socialista y sus ideas políticas eran por todo el mundo conocidas. Hubo vecinos que aprovecharon la guerra para saldar temas personales como envidias. Entre ellos una maestra de derechas y un soldado herido en el talón. Los vecinos se acusaban de robos de ovejas o alimentos. En una ocasión cuando el juez explicó a Benito que había sido denunciado por robar doscientas haces de cebada, este le contestó que el denunciante no había segado doscientas haces de cebada en toda su vida. Las denuncias eran falsas.

    La familia de Benito se desplazaba hasta Cuenca para llevarle comida a la cárcel, pero nunca la recibió. Entre ellas su hija María, la que se reía de las “patas torcías” de mi abuelo Juan, con el cual se casó en 1942. Benito Pérez Sánchez era mi bisabuelo.

    Libro de familia de Juan Blas y María Pérez.

     

    Próximamente tercera y última entrega.

    Si crees que puedes aportar algo nuevo a este relato, no lo dudes: anabelblasmontesinos@gmail.com


  • Mi abuelo Juan Blas y algunos paisanos más. Primera entrega.

    Esta es la primera de tres entregas donde se relata la vida de Juan Blas y su familia. Personas que vivieron en nuestra Serranía desde finales del siglo XIX hasta la llegada de la democracia. En ellas podréis ver representados a vuestros padres, abuelos o vecinos y os trasladaréis por un momento a esta Serranía que tanto amo. Anabel Blas

    Introducción

    Todo aquel que en algún momento ha pisado nuestra Serranía cae profundamente enamorado de sus paisajes, sus gentes humildes, los olores a espliego, tomillo y sus bosques de sabinas, enebros y pinos. Pero ese maravilloso entorno esconde la dura historia de sus gentes: hombres y mujeres que tuvieron que luchar por sobrevivir en unos tiempos especialmente difíciles. Personas que durante años ocultaron capítulos de su biografía por miedo, por no revivir momentos duros. Pero las historias que no se cuentan se acaban perdiendo y ahora mismo el silencio es nuestro peor enemigo.

    Este relato nace de lo más profundo de mis entrañas, de mi sangre, de mis ancestros y de cómo la vida de cada uno de ellos conformó lo que después sería la mía.

    En estas páginas no hay nada inventado, ya que todo lo que se cuenta sucedió un día. Es cierto que he omitido episodios delicados por respeto a mi familia y por no reabrir viejas heridas, ya que solo se trata de rendir un pequeño homenaje a todas esas gentes que en algún momento habitaron nuestra Serranía.

    Hasta donde yo sé, mi historia empieza en El Collado Verde.

    1. El Collado Verde, Zafrilla.

    Mi bisabuela Prudencia Asensio García, era una moza pequeñita de ojos azules. Había nacido en 1881 y vivía junto a sus padres, Hermenegildo y María Cruz, en el Collado Verde de Abajo, un rento que pertenecía al pueblo de Zafrilla en la Serranía Alta de Cuenca.

    Se trataba de un pequeño grupo de cuatro o cinco casas de piedra en mitad del monte, donde unas pocas familias vivían de la agricultura de subsistencia y la ganadería. Un poco más arriba se encontraba el Collado Verde de Arriba, otro rento muy parecido al anterior. Las frías aguas del río Zafrilla habían ido formando un valle estrecho, que conservaba su verdor durante la mayor parte del año, excepto en invierno cuando las grandes nevadas teñían todo de blanco y aislaban a las familias durante semanas.

    Los rentos con sus casas y tierras pertenecían a familias adineradas que los arrendaban a las gentes más pobres para su cultivo y el aprovechamiento de sus pastos. La vida en los rentos de la Serranía era dura: los inviernos muy fríos, la agricultura poco productiva y el aislamiento muy grande. La tierra y el ganado proporcionaban la comida suficiente para las familias, pero todo lo demás debían buscarlo en pueblos cercanos como Zafrilla o Salvacañete, caminando durante horas o ayudados por las caballerías de la época. La gente de los rentos era dura, trabajadora, estaba curtida en el campo e incluso tenían su forma particular de hablar. Esta era diferente a la de los pueblos, usando otro ritmo más lento característico del lugar.

    Antiguos caminos de herradura comunicaban el Collado Verde con el resto de pueblos de la zona. Fue por uno de aquellos caminos por el que llegó un día Joaquín Blas, natural de Saldón, un pequeño pueblo de la cercana Sierra de Albarracín en Teruel. Seguramente su visita se debía a algún tema relacionado con el ganado, pues el intercambio entre los rentos y los pueblos cercanos era habitual. O puede que solo fuera en busca de una mujer con la que casarse y formar una familia ya que en aquel momento Joaquín era viudo y no tenía hijos. Era habitual que los hombres se desplazaran por los pueblos cuando sabían de la existencia de alguna mujer soltera.  Prudencia con 18 años ya estaba en edad de casarse y aquel hombre 15 años mayor que ella consiguió que abandonase el Collado Verde, su lugar de nacimiento.

    El Collado Verde de Abajo en la actualidad.

     2 Saldón, Teruel.

    Prudencia y Joaquín se casaron y establecieron su hogar en Saldón, que por aquel entonces tenía unos 400 habitantes. La vida en Saldón prometía ser más fácil, ya que se trataba de un pueblo más grande, con escuela, iglesia, algunos servicios y no tan aislado como el Collado Verde. Allí vivían de la agricultura, eran labradores como casi todos sus vecinos y fue el lugar donde nacieron muy seguidos sus tres hijos. A la mayor llamaron Florentina, a la siguiente Pilar y al pequeño Juan.

    Por aquel entonces en la mayoría de pueblos no había agua corriente y la gente hacía sus necesidades en el campo o en las cuadras de los animales (normalmente situadas en las plantas bajas de las casas). El clima extremo de la sierra y las pocas condiciones higiénicas, hacían que la esperanza de vida fuera corta y que las enfermedades se propagasen con facilidad, causando la muerte incluso de gente joven y de muchos niños.

    El 16 de mayo de 1908 el raquitismo acaba con la vida de Pilar, de tan solo cinco años. Meses después de fallecer la niña nace un nuevo niño, Leoncio, el pequeño de la casa. Pero ya se sabe que la alegría dura poco en la casa del pobre.

    Al año siguiente, el 13 de mayo de 1909 Joaquín, el padre de familia fallecía con 44 años debido a una bronquitis aguda. Prudencia se queda viuda con 29 años y a duras penas sigue viviendo en Saldón con Florentina, Juan y Leoncio, ya que en aquella época una mujer sola con tres niños lo tenía muy difícil. Solo tres meses después de morir Joaquín, fallece también su hijo Leoncio, el pequeño, de una diarrea intestinal. Estos últimos acontecimientos provocarán el más profundo dolor en Prudencia y sobre todo el miedo, un terror atroz a perder los dos hijos que le quedan con vida.

    En poco más de un año Prudencia ha perdido a sus dos hijos y a su marido. La miseria y la enfermedad persigue a la familia de tal forma que obligada por las circunstancias y con la esperanza de salvar a los dos hijos que le quedan, Prudencia toma una durísima decisión. Esta será la misma que les salvaría la vida y que hace que hoy pueda contaros esta historia.

    3 Teruel

    Prudencia se encuentra viuda, con un niño de cuatro años y una niña un poco mayor, en un pueblo que no es el suyo. La situación es inviable. Es entonces cuando mi bisabuela deja a su hija Florentina con unos familiares y a Juan en la Casa de la Beneficencia de Teruel. Esta también era conocida como La Inclusa de Teruel o la Casa de la Misericordia, lo que hoy en día conocemos como un orfanato. Las hijas de la caridad acogían a niños huérfanos, abandonados, o en el caso de Juan, huérfanos de padre en situación de pobreza extrema.

    El 22 de octubre de 1909 mi abuelo Juan, un niño rubio de tan solo cuatro años, ingresa en La Inclusa, un lugar frío, donde abunda el hambre, los piojos y los capones de las monjas.

    La Casa de la Beneficencia era un edificio enorme con largos pasillos y tres grandes patios en el centro. Un lugar de grandiosas dimensiones para Juan, que pocas veces había salido de Saldón. El recuerdo de La Inclusa lo acompañará para siempre y lo que vivió allí hará que sienta un gran odio hacia las monjas, la iglesia y todo lo relacionado con el clero. Juan decía que pasó más hambre en el orfanato que en su propia casa y que allí solo había rosarios y tirones de oreja.

    Por muy malos que fueran los recuerdos de La Inclusa, la realidad es que la estancia allí libró a mi abuelo de una muerte similar a la de sus hermanos. Juan pasó dos largos años en esa institución y puedo imaginar lo que sintió el día en que su madre volvió para llevarlo con ella.

    Casa de la Beneficencia   1915.

    4 La Huérguina

    Dos años después de la muerte de su marido Joaquín, Prudencia contrae matrimonio de nuevo con un viudo de La Huérguina, en la Serranía Baja de Cuenca. Qué casualidad, su nombre era Blas y tenía veintiún años más que ella. Blas Sánchez era un hombre muy listo, tenía el don de predecir el tiempo y los labradores del pueblo confiaban en sus predicciones para sus tareas del campo, pues casi siempre acertaba. Por aquel entonces, La Huérguina contaba con unos 260 habitantes y una situación muy privilegiada al lado de Cañete, municipio de referencia de la zona.

    A raíz del nuevo matrimonio, Prudencia prevé una mejora en su situación económica y un periodo de más estabilidad en su vida. Ha llegado el momento de recuperar a sus hijos, Juan que lleva dos largos años en el orfanato de Teruel y Florentina que estaba con unos familiares. Es así como los dos pequeños llegan a La Huérguina, pero de nuevo las cosas se tuercen y la hija mayor, Florentina, fallece al poco tiempo de la boda de su madre. De los cuatro hijos que tuvo solo le quedaba uno: mi abuelo Juan.

    El nuevo marido de mi bisabuela, ya contaba con 3 hijos de su anterior matrimonio: Victorino, Lucía y Juanico. Este último había vivido algo muy parecido a mi abuelo Juan, pues al morir su madre, fue enviado con unos parientes al Toril (un pueblo de Teruel) y en cuanto su padre se volvió a casar lo trajo de nuevo a La Huérguina. De aquella estancia en Teruel conservaba el nombre de Juanico. Digamos que las familias se encargaban de los niños hasta que sus padres viudos recomponían sus vidas.

    Mi abuelo Juan y Juanico enseguida entablaron buena amistad. Juanico se enfadaba mucho cuando le hablaban de su hermanastro Juan, pues para él era un hermano y lo quería muchísimo.

    Los matrimonios entre viudos eran habituales. Los hombres necesitaban mujeres que atendieran a los hijos huérfanos e hicieran las tareas de la casa y las viudas necesitaban un marido que procurase el sustento de la familia y llevase a cabo las tareas más duras del campo. Por aquellos pueblos se corría la voz de que había un viudo o una viuda en el pueblo cercano y los matrimonios se arreglaban. Se podría decir que no eran precisamente historias de amor.

    Blas Sánchez y Prudencia tuvieron juntos cuatro hijas más: María Cruz, Dionisia, Marcelina y Amparo. Además, estaban los tres del anterior matrimonio de Blas.

    5 Peñarrubia

    Mi abuelo y su madre no pasaron mucho tiempo juntos. En la casa de La Huérguina había muchos niños que alimentar, así que lo normal era que los hermanos mayores trabajasen donde buenamente pudieran.

    Mi abuelo contaba que con solo seis años estaba cuidando vacas en Peñarrubia. Yo creo que sería algún año más, pero según sus palabras con seis años su familia lo mandó a cuidar las vacas de una conocida ganadería de la zona. Allí mi abuelo pasó muchísimo miedo, pues aunque las vacas eran mansas, eran mucho más grandes que él, que era solo un niño. También se acordaba de una vaca llamada Retinta y de un toro que por las noches entraba a la finca de las remolachas y se las comía. Hasta que una noche el dueño de las vacas cargó un cartucho con sal y disparó a las patas del animal, que nunca más volvió a entrar a las remolachas.

    Mi abuelo con 6 años no sabía lo que era la escuela y esas eran sus vivencias en 1911.

    6 Andalucía

    Los años fueron pasando tranquilos en La Huérguina. Mientras mi bisabuela Prudencia sacaba adelante con mucho esfuerzo a sus cuatro hijas pequeñas, el pequeño Juan se había convertido en todo un mozo. Fue entonces cuando emprendió un viaje hacia el sur.

    Salieron de La Huérguina unos cuantos pares de mulas con sus dueños. Como mi abuelo no tenía mula iba de ayudante y bajaron hasta algún pueblo de Andalucía. Allí permaneció durante tres meses labrando los campos de cierto terrateniente. Campos inmensos que nada tenían que ver con las pequeñas parcelas de nuestra serranía. De aquel viaje y de sus tres meses de trabajo, mi abuelo solo sacó su comida y la de las mulas. Con lo poquísimo que cobró compró unas medias para cada una de sus hermanas y un revólver. El resultado de tanto trabajo había sido más bien pobre, ya que se trataba de trabajar para comer y poco más. Debido a que era una época convulsa, había mucha gente que tenía pistolas para defenderse por lo que pudiera pasar y mi abuelo no iba a ser menos.

    De vuelta a La Huérguina, estuvieron un día mi abuelo Juan y su hermano Juanico en el pajar de Genaro probando el revólver, tirándole a una puerta hasta que se acabó la munición. A saber por cuántas manos había pasado ya aquella arma, ya que tenía tantos tiros pegados que las balas en vez de salir rectas, salían cruzadas. Espero que nunca tuviera que usarla.

    7 Barceloneta

    La vida en la Serranía seguía siendo dura. Las condiciones obligaban a los mozos jóvenes a emigrar de forma estacional o definitiva a otros lugares, principalmente Barcelona y Valencia. Los jóvenes lo veían como una oportunidad de salir de la pobreza, vivir una vida más cómoda y tener ingresos con los que ayudar a sus familias. Mi abuelo se dirigió hacia Barcelona.

    La celebración próxima de la Exposición Internacional de 1929 demandaba gran cantidad de mano de obra de albañiles, carpinteros y toda clase de oficios para la urbanización de la zona de Montjuïc, donde por aquel entonces vivían unas mil familias a las que hubo que reubicar.

    Obras en la Plaza de España.

    Muchos hombres de nuestra zona se desplazaron a Barcelona esos años para trabajar, pero la ciudad no estaba preparada para albergar a tantas personas y tuvieron que instalarse de cualquier manera.

    Mi abuelo con cerca de veinte años trabajaba de peón y vivía junto a dos hermanos (el Tío Pepe Cirilo y el Tío Venceslao) que también eran de La Huérguina, en una chabola en la Barceloneta.

    Al lado del Mediterráneo y hasta en la propia arena, había surgido una nueva ciudad. Un mar de chabolas, hechas de cualquier manera y sin agua corriente, que albergaba a cientos de obreros venidos de todas partes de la península. Algunos de ellos llegaban con sus familias e hijos y vivían en las condiciones de más absoluta miseria y precariedad.

    En ocasiones el mar inundaba las casas y la zona se convirtió en uno de los lugares más peligrosos de la ciudad, donde nadie querría pasar una noche. Unos riachuelos pestilentes bajaban hacia el mar por entre las chabolas y la zona era más parecida a un vertedero que a un lugar donde habitar.

     

        

    Barracas en la playa                                                                                              Barracas en la zona de Montjuïc

     Un día, en una chabola cercana, mi abuelo presenció cómo dos hermanos casi se matan. Tenían que traer el agua desde lejos en una palangana y con ella se lavaban varias personas. Puedo imaginar cómo estaría aquel caldo cuando fuera a lavarse el último. Por querer lavarse uno antes, se inició una discusión que hizo que un hermano enganchase al otro por el cuello y lo apretase hasta casi ahogarlo. Los gritos de la bronca llamaron la atención de mi abuelo, que llegó cuando el agredido ya se estaba poniendo morado. Mi abuelo horrorizado separó a los dos hermanos de un golpe. Al ahogado le costó reaccionar, pero sobrevivió. Definitivamente la vida en las chabolas era complicada.

     

    Próximamente segunda entrega.

    Si crees que puedes aportar algo nuevo a este relato, no lo dudes: anabelblasmontesinos@gmail.com

     

     


  • En Garcimolina se conduce por la izquierda

    No estamos en Inglaterra, estamos en Casas de Garcimolina, un pueblo de la Serranía Baja de Cuenca por cuya carretera se conduce por la izquierda.

    La CUV 5003 es la única carretera existente para llegar el municipio, pero sufre tantos años de abandono que el firme se encuentra en muy mal estado. Es en estos tramos pésimos donde muchos conductores se cambian de carril para evitar los continuos baches y parches, con el peligro que esto supone para los coches que vienen de frente, los viandantes o los ciclistas.

    El inicio de la pandemia obligó a suspender una marcha reivindicativa prevista para abril de 2020, pero los vecinos siguen con su empeño de conseguir una carretera mejor convocando una concentración para el próximo martes 17 de agosto de 2021 de 11’00h a 12’00h en los Huertos de Moya, en el punto donde termina la carretera nueva y empieza la vieja.


    CUV 5003 al fondo Algarra

    Travesía en Casas de Garcimolina

    CUV 5003 entre Santo Domingo de Moya y Casas de Garcimolina

    CUV 5003 a su paso por El Cubillo

    CUV 5003 a su paso por Santo Domingo de Moya.

     

     


Sobre nosotros

El objetivo es impulsar la participación y el desarrollo del asociacionismo, entre las personas mayores de Casas de Garcimolina y su entorno.

 

A veces, la parte más difícil de encontrar el éxito, es reunir el coraje para comenzar.

 

Las personas provechosas, no miran hacia atrás para ver quién los observa, solo al frente y sus metas.

 

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“No digas poco en muchas palabras, sino mucho en pocas.” – Pitágoras