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Se acerca el día de Todos los Santos y como cada año la publicidad nos bombardea con miles de mensajes sobre Halloween, calabazas y truco o trato. Una celebración donde nos disfrazamos, comemos chucherías y lo pasamos bien. Sumergidos en la burbuja nos olvidamos del verdadero significado de esta fecha para nuestra cultura y en particular para nuestros antepasados de la Serranía Baja de Cuenca. Una fecha que desde tiempos inmemoriales ha servido a nuestros paisanos para recordar a sus muertos.
Cementerio de Garcimolina
Hubo un tiempo en el que un sacerdote vivía en Garcimolina de forma permanente y la tradición autóctona se repetía año tras año. El día de Todos los Santos empezaba con una misa dedicada a los difuntos. Una vez finalizada la liturgia los vecinos y vecinas de nuestro pueblo bajaban al cementerio en comitiva donde se realizaba un rezo especial por los difuntos llamados responso.
Una vez finalizada la oración, cada uno ponía las flores en las tumbas de sus seres queridos. Las más utilizadas eran los crisantemos, también conocidos como ‘octubreras’, muy presentes en el pueblo por aquellas fechas. Como la nieve, que a finales de octubre ya hacía sus primeras apariciones.
Octubreras en la puerta del cementerio
La víspera de Todos los Santos se llamaba la noche de las ánimas y las abuelas se encargaban de infundir el miedo a los niños y niñas. Aquella noche salían las ánimas de los difuntos y había que estar pronto en casa, porque estas podían llevarse a los pequeños. Más de uno pasaba verdadero miedo ese día.
En nuestro pueblo habían llegado a vivir más de 400 personas, pero la precaria atención médica y la pobreza de la época hacían que la mortalidad fuera elevada, en especial la mortalidad infantil.
Unos toques lentos de campanas indicaban que alguien había dejado este mundo, si la letanía empezaba con tres toques se trataba de un hombre, si empezaba con dos la fallecida sería una mujer. Las campanas doblaban dando toques muy lentos donde se intercalaban ambas, la grande y la pequeña. Rápidamente los vecinos se informaban de quien había fallecido. Entonces la familia y los allegados empezaban los preparativos del enterramiento, que generalmente era al día siguiente. Llegaba el momento de amortajar al difunto y prepararlo con su mejor vestimenta para la ocasión. Esta solía ser una tarea de mujeres donde las vecinas y personas más cercanas también colaboraban.
Esa noche se velaba al difunto, se iba a su casa y se pasaba toda la noche allí rezando el rosario. Al día siguiente se llevaban al difunto a la iglesia y allí se hacía la misa y el responso por él.
Para aquella ocasión especial el sacerdote lucía unas vestiduras de color morado. Después cuatro hombres cercanos a la familia se subían el féretro a hombros y lo trasladaban hasta el cementerio. En primer lugar, marchaba el féretro, después el cura y por último los familiares con el resto de vecinos. Según la popularidad del difunto también podía acudir al sepelio gente de pueblos vecinos.
En el campo santo previamente se había cavado una fosa muy profunda, allí se ataba el ataúd con unas sogas gordas y se deslizaba hasta el fondo del hoyo. Era entonces cuando el sacerdote echaba la primera pala de tierra, el sonido de esta contra la madera siempre impresionaba a los presentes.
Aunque hubo un tiempo en el que el campo santo estuvo situado casi dentro del pueblo, en la actualidad se encuentra más alejado. Entrando a mano derecha del cementerio actual hallaremos una puerta que lleva a una estancia aparte. Hasta mediados del s.XX aquella sala era una ermita y allí pasaba todo el año la imagen de San Miguel. Así, era frecuente escuchar frases como ‘cuando me bajen a San Miguel’ refiriéndose al Campo Santo. Años después, la imagen de San Miguel fue llevada a la iglesia del pueblo y la sala se remodeló para un uso más funerario.
Antigua ermita de San Miguel
También en la parte de la derecha, aun hoy en día encontramos un pequeño muro que separa la zona donde se enterraba a los niños que fallecían sin haber sido bautizados. Allí ha crecido un cerezo en memoria de todos ellos.
Muro de separación
En los últimos años, ya no quedan en el pueblo muchos mozos fuertes que caven la profunda fosa en la tierra, es por ello que se han construido varias series de nichos. Muchos de ellos ya albergan a personas que aun viviendo en Barcelona o Valencia han pedido que sus restos o cenizas descansen aquí.
En este cementerio están enterrados muchos de nuestros paisanos, nuestros ancestros, personas que quisieron descansar allí, por ser un lugar querido para ellos. Desde aquel alto tienen unas buenas vistas a nuestro pueblo y nos siguen acompañando cada día.
Autoras: Consuelo Saiz y Anabel Blas.
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