Raimundo Montesinos, un hombre adelantado a sus tiempos

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Raimundo Montesinos Jiménez nació en Casas de Garcimolina en el año 1905, en el seno de una familia humilde, como la mayoría de las familias que por aquel entonces habitaban nuestros pueblos.

Su madre, Agustina, era de Algarra y su padre, Lorenzo, de Garcimolina, fue allí donde establecieron la residencia familiar.

Ya  en su juventud, Raimundo destacó por ser un hombre muy inteligente y con grandes inquietudes. Consiguió estudiar por correspondencia en la Universidad Politécnica de Sevilla para ser maestro albañil, algo muy difícil para un chico de pueblo de aquella época, donde el hambre y el analfabetismo eran una realidad.

Los años previos a la Exposición Universal de Barcelona de 1929 Raimundo se trasladó a la ciudad condal, donde participó en la construcción de los hoteles y pabellones que albergarían el evento en la montaña de Montjuïc. Aquella exposición costó 130 millones de pesetas de la época.

Plaza España y recinto ferial de la Exposición Universal de 1929

Tras su paso por Barcelona se marchó a Valencia donde trabajó en un taller mecánico, allí aprendió mucho sobre el mundo del motor en un momento donde los coches escaseaban en nuestro país. Fue entonces cuando el tío Luís compró el primer automóvil que llegó a Garcimolina. Se trataba de un Hispano Suiza que había que subir desde Utiel, pero como nadie sabía conducir llamaron al tío Raimundo que al menos sabía algo de coches. La carretera actual no existía, así que desde Landete subieron por el camino de detrás del castillo, para llegar a Garcimolina por el Portillo de Moya.

Raimundo siempre fue una persona muy creyente y con ideas conservadoras, pero cuando tenía 31 años estalló la guerra y le tocó luchar en el bando contrario a sus creencias. Nuestro pueblo formaba parte de la zona republicana y dentro de ésta, hubo muchos hombres que se prestaron voluntarios a tomar las armas, pero no los suficientes, así que hubo que recurrir al reclutamiento forzoso de varones entre 18 y 45 años.

Raimundo fue llevado al frente como tantos otros hombres de la zona, a defender Madrid. Estaba en un pueblo cerca del Manzanares y siempre contaba que por las noches pensaba en tirarse al río, hacerse el muerto y dejarse llevar hasta el bando nacional que se encontraba río abajo, pero no se atrevió y se quedó allí hasta que acabó la guerra. Desde Madrid volvió a Garcimolina andando, comiendo lo que encontraba por la carretera, peladuras de naranja, patatas de algún campo, etc.

Al acabar la guerra, fue nombrado alcalde a dedo, por sus ideas conservadoras y de derechas, pero pronto vio que la política no era lo suyo. Por aquel entonces, la tía Antonia vivía en California y Raimundo se inventó que le había salido un trabajo allí y no podía seguir siendo alcalde, aunque ese viaje a las Américas nunca llegó a ocurrir.

Se casó con Ambrosia y tuvo 4 hijos y en aquella España pobre de la postguerra había que trabajar muy duro para sacarlos adelante, así que desarrolló todo tipo de oficios y empresas.

Durante muchos años fue lucero, trabajaba en la fábrica de la luz, donde dormía todas las noches, él era el encargado de vigilar las máquinas, también hacía los recibos e iba a cobrar por las casas.

Cuando se subastaba el horno del ayuntamiento siempre entraba Ambrosia en la subasta para hacer de hornera. Ambrosia era sorda desde pequeña, pero eso no le impidió llevar una vida normal y hacer lo mismo que el resto de mujeres de la época. Casi siempre fueron horneros junto con otros socios, se iban turnando, cada semana le tocaba a una familia, la semana que tocaba ser horneros se trabajaba duro, había que llevar la leña, hornear, etc.

Ambrosia tirando de la burra

Como no tenía ovejas, muchos inviernos se iba a algún pueblo de La Mancha a trabajar de albañil. De las obras que hizo, se conservan los albergues de Algarra y Garcimolina, el lavadero de Garcimolina, la fonda y varias casas de ambos pueblos.

Era un gran emprendedor, aunque de todo lo que emprendía poco dinero sacaba, lo hacía más por probar, por investigar. Raimundo se documentaba y ponía en práctica lo que aprendía.

En su casa hizo un horno, después pensó que una granja de gallinas también podía funcionar, también cultivaba champiñones en la bodega, había sembrado boniatos cuando nadie lo hacía y cacahuetes, solo para probar y además era apicultor. Tenía unas 20 colmenas y vendía la miel a 15 pts el Kg. En invierno bajaban las colmenas a Valencia con unos camiones que alquilaban, pero un año subiendo a Garcimolina el camión volcó y se abrieron las piqueras, escapando muchas abejas. Tuvieron que cortar el tráfico y esperar hasta la noche que volvieron todas a la colmena a dormir.

Raimundo trillando en las Eras del Villar

Para sacar más dinero le enseñó a su mujer Ambrosia a hacer fideos con una máquina, se hacía una masa e iba por las casas haciendo fideos, les daban aire para que no se pegaran y los dejaban colgados en unas cañas para secar.

Sus hijos José y Julián ya se habían marchado a Barcelona y montaron una tiendecita para su hija Mª Jesús de 13 años, no se ganaba mucho dinero pero servía para estar entretenida y que los vecinos tuvieran donde comprar.

Hermanos Montesinos

Su hija Isabel nació cuando él ya tenía 50 años, alguna vez le habían preguntado si era su abuelo, juntos vieron como el pueblo se iba vaciando, los jóvenes se marchaban buscando un futuro mejor a ciudades como Barcelona o Valencia.

Así fue como dejó de haber cura en el pueblo, Raimundo se hizo cargo de la iglesia, tocaba las campanas, doblaba, etc. También se quedaron las escuelas vacías, y Raimundo se quedó con las llaves, abría para que la gente se pudiera reunir allí y vendía algún refresco.

Paella en familia

Aunque le ofrecieron en varias ocasiones trabajo en Barcelona, Raimundo no quiso dejar su pueblo. Era una persona seria, de palabra, aunque muchos pensaban que era poco hablador, la verdad es que cuando tocaban algún tema que le interesaba podía estar conversando durante horas. Sabía álgebra y trigonometría y siempre quiso que sus hijos estudiaran. En aquellos tiempos en los que había tanta necesidad, Raimundo recibía de Madrid el periódico ABC todos los días, aunque llegaba un día más tarde. Le gustaba mucho leer las noticias y quería que sus hijos se aficionaran a la lectura.

Cuando Raimundo se jubiló tuvo la suerte de que sus hijos José y Julián volvieran a vivir al pueblo, José se quedó el bar y  Julián la tienda. También por aquel entonces volvió al pueblo la familia de Gerardo, gracias a todos ellos y a sus hijos el pueblo siguió estando vivo por mucho tiempo.

Sus últimos años los pasó en su pueblo, Garcimolina, escuchando la radio y leyendo novelas del oeste, donde fue enterrado el verano de 1992  rodeado de sus hijos y nietos.

 

 

 

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