Asociación de vecinos y personas mayores PEÑA EL PARDO

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  • El Matagorrino en Garcimolina

    Nos ha tocado vivir en unos tiempos raros, los pueblos se han ido vaciando, así las costumbres de lo rural, de nuestros ancestros, se han ido perdiendo.

    Nuestros jóvenes saben perfectamente en qué consiste Halloween o el Black Friday, pero poco saben de costumbres tan nuestras como la matanza del cerdo o mejor dicho ‘El matagorrino’ que es lo que se celebraba en nuestros pueblos cuando llegaban estas fechas.

    La matanza del cerdo, Josep Traité, 1987, escultura de terracota, 61 × 38 × 30,5 cm

    El Matagorrino era un ritual por el que cada vecino debía pasar al llegar el invierno si no quería pasar hambre el resto del año. Tradicionalmente cada familia mataba su gorrino, o varios, según la opulencia de la casa, al que  previamente  habían ido engordando hasta conseguir un peso ideal para su sacrificio o matanza.

    Los gorrinos comían a lo largo de todo el año al menos dos veces al día, o incluso mañana, tarde y noche. Su menú consistía en desechos de comida tales como peladuras de patatas, a veces  cocidas en un recipiente de cobre llamado caldero. Otras veces también los alimentaban con alfalfe, una verdura muy exquisita para ellos. Este conjunto de alimentos se llamaba ‘la chura’ y eran  las mujeres las encargadas de elaborarlo y echarlo a los animales. A la tarde era típico oír a la vecina decir: ¡Voy a echar la chura a los gorrinos!

    Los días previos al matagorrino las mujeres se juntaban en la casa anfitriona y se dedicaban a pelar cebollas, pero en ingentes cantidades, para después, previa cocción de éstas y otras materias elaborar las famosas morcillas. Por esta época nuestros pueblos olían a cebolla cocida y en las puertas de las casas había sacos escurriendo un líquido amarillo.

    Calderas para cocer cebollas y morcillas

    El día elegido para la acción se comenzaba muy pronto por la mañana, al empezar a clarear se reunían en la casa anfitriona las personas llamadas a ayudar, normalmente familiares y amigos. Se empezaba por sacar al animal de la gorrinera, los hombres se lanzaban contra él, lo maniataban y lo subían a la mesa de los gorrinos, donde el matador más experimentado le clavaba el cuchillo en el cuello. Una mujer con un lebrillo era la encargada de recoger hasta la última gota de sangre sin parar de dar vueltas con la mano para que no se cuajara.

    Lebrillo

    Una vez que expiraba el animal pasaba al proceso de socarrado, lo que viene siendo una depilación a base de aliagas ardiendo por todo el cuerpo. Al quedar toda la piel negra se rascaba con una especie de piedra pómez llamada toba. Con mucha agua se lavaba bien para su posterior despiece.

    A los hombres se les iba pasando un porrón con anís o aguardiente para beber y unos platos de higos secos muy grandes para comer. Empezaba el despiece del animal, lo primero que se quitaban eran las orejas y el rabo para poder asarlas y repartir entre los ayudantes. El rabo siempre era para los niños, que vivían día muy especial y bonito porque sobre las 11 de la mañana una mujer iba a buscar a la escuela a los niños de la casa. Era la hora del almuerzo, que consistía en morteruelo hecho con el hígado del animal, gazpachos pobres, solo con patatas y torta, también había gachas hechas con harina de maíz y una sartén de chichas del gorrino magras y panceta. Se almorzaba tanto que ya no se comía.

    Después del almuerzo algunas mujeres se cogían en una gaveta todas las vísceras del gorrino tripas y demás y se iban al lavadero a lavar las tripas que posteriormente se utilizarían para embutir la carne.

    La tarde se dedicaba a hacer los embutidos, separar el tocino del jamón, las costillas y los lomos.  Los jamones se guardaban y al día siguiente se ponían a salar para después secarlos.

    Jamones secándose

    Para hacer las morcillas había que moler las cebollas en la máquina de las carnes y mezclarlas con el arroz, la sangre y las especias.

    Máquina de moler la carne

    Para embutirlas se utilizaba la tripa del animal y una vez embutidas había que cocerlas. Para hacer las longanizas se molía la carne magra y el tocino y se mezclaba todo con las especias.

    Embutidera

    Las costillas y los lomos se metían a remojo en el enajado y unos días después se ponían a secar,  para después  freír y guardar en la orza cubiertas de aceite.

    Orza

    A la hora de la merienda solo merendaban las mujeres, también llamadas ‘mondongueras’, que eran las que estaban trabajando con las carnes del gorrino. El somarro era la carne que se asaba para merendar, era una parte muy exquisita del cerdo y creemos que es lo que hoy en día se conoce como el secreto.

    Después se pasaba a la cena que era abundante y copiosísima y a la cual se invitaba a los quintos del pueblo, los mozos que ese año se iban al servicio militar. Algunas veces se les hacía bromas, como coser la ensalada o darles morcillas llenas de cordeles. Para la cena ya se ponían en el fuego los pucheros a cocer toda la tarde, uno con judías secas y otro con garbanzos, también se cenaba paella y de postre calabaza asada.

    Al día siguiente también había mucha faena pues había que limpiar todo y colgar los embutidos en las latas, unos palos horizontales colgados del techo que toda casa de la época debía tener.

    Chorizos secándose en las latas

    Eran varios días de intensa faena, pero servían para que la carne, un bien muy preciado, se conservara en óptimas condiciones durante mucho tiempo. Todo el embutido debía racionarse a lo largo del año y se usaba para echar a los pucheros o para hacer la merienda de los pastores que se guardaba en unos saquitos llamados talegos y solían ser de tela de cuadros.

    ¿Cómo recuerdas tú el matagorrino en Garcimolina?

    Artículo escrito por Anabel Blas con la inestimable colaboración de Consuelo Saiz.

    Fotografías: Isabel Montesinos


  • Garcimolineros en el Homenaje al Guerrillero

    Ha llovido mucho desde cuando se celebró, pero por diversos motivos no pudimos enseñaros este video. Se trata del «XXXII Día del Guerrillero Español, Homenaje a la Guerrilla Antifranquista» que tuvo lugar en Santa Cruz de Moya, el pasado 4 de octubre de 2020. En este video ha colaborado los garcimolineros Amador Martinez, Carlos Martínez, Cristina Martínez e Iván Martínez. Esperemos que os guste. Más información, web de la Gavilla Verde.


  • Raimundo Montesinos, un hombre adelantado a sus tiempos

    Raimundo Montesinos Jiménez nació en Casas de Garcimolina en el año 1905, en el seno de una familia humilde, como la mayoría de las familias que por aquel entonces habitaban nuestros pueblos.

    Su madre, Agustina, era de Algarra y su padre, Lorenzo, de Garcimolina, fue allí donde establecieron la residencia familiar.

    Ya  en su juventud, Raimundo destacó por ser un hombre muy inteligente y con grandes inquietudes. Consiguió estudiar por correspondencia en la Universidad Politécnica de Sevilla para ser maestro albañil, algo muy difícil para un chico de pueblo de aquella época, donde el hambre y el analfabetismo eran una realidad.

    Los años previos a la Exposición Universal de Barcelona de 1929 Raimundo se trasladó a la ciudad condal, donde participó en la construcción de los hoteles y pabellones que albergarían el evento en la montaña de Montjuïc. Aquella exposición costó 130 millones de pesetas de la época.

    Plaza España y recinto ferial de la Exposición Universal de 1929

    Tras su paso por Barcelona se marchó a Valencia donde trabajó en un taller mecánico, allí aprendió mucho sobre el mundo del motor en un momento donde los coches escaseaban en nuestro país. Fue entonces cuando el tío Luís compró el primer automóvil que llegó a Garcimolina. Se trataba de un Hispano Suiza que había que subir desde Utiel, pero como nadie sabía conducir llamaron al tío Raimundo que al menos sabía algo de coches. La carretera actual no existía, así que desde Landete subieron por el camino de detrás del castillo, para llegar a Garcimolina por el Portillo de Moya.

    Raimundo siempre fue una persona muy creyente y con ideas conservadoras, pero cuando tenía 31 años estalló la guerra y le tocó luchar en el bando contrario a sus creencias. Nuestro pueblo formaba parte de la zona republicana y dentro de ésta, hubo muchos hombres que se prestaron voluntarios a tomar las armas, pero no los suficientes, así que hubo que recurrir al reclutamiento forzoso de varones entre 18 y 45 años.

    Raimundo fue llevado al frente como tantos otros hombres de la zona, a defender Madrid. Estaba en un pueblo cerca del Manzanares y siempre contaba que por las noches pensaba en tirarse al río, hacerse el muerto y dejarse llevar hasta el bando nacional que se encontraba río abajo, pero no se atrevió y se quedó allí hasta que acabó la guerra. Desde Madrid volvió a Garcimolina andando, comiendo lo que encontraba por la carretera, peladuras de naranja, patatas de algún campo, etc.

    Al acabar la guerra, fue nombrado alcalde a dedo, por sus ideas conservadoras y de derechas, pero pronto vio que la política no era lo suyo. Por aquel entonces, la tía Antonia vivía en California y Raimundo se inventó que le había salido un trabajo allí y no podía seguir siendo alcalde, aunque ese viaje a las Américas nunca llegó a ocurrir.

    Se casó con Ambrosia y tuvo 4 hijos y en aquella España pobre de la postguerra había que trabajar muy duro para sacarlos adelante, así que desarrolló todo tipo de oficios y empresas.

    Durante muchos años fue lucero, trabajaba en la fábrica de la luz, donde dormía todas las noches, él era el encargado de vigilar las máquinas, también hacía los recibos e iba a cobrar por las casas.

    Cuando se subastaba el horno del ayuntamiento siempre entraba Ambrosia en la subasta para hacer de hornera. Ambrosia era sorda desde pequeña, pero eso no le impidió llevar una vida normal y hacer lo mismo que el resto de mujeres de la época. Casi siempre fueron horneros junto con otros socios, se iban turnando, cada semana le tocaba a una familia, la semana que tocaba ser horneros se trabajaba duro, había que llevar la leña, hornear, etc.

    Ambrosia tirando de la burra

    Como no tenía ovejas, muchos inviernos se iba a algún pueblo de La Mancha a trabajar de albañil. De las obras que hizo, se conservan los albergues de Algarra y Garcimolina, el lavadero de Garcimolina, la fonda y varias casas de ambos pueblos.

    Era un gran emprendedor, aunque de todo lo que emprendía poco dinero sacaba, lo hacía más por probar, por investigar. Raimundo se documentaba y ponía en práctica lo que aprendía.

    En su casa hizo un horno, después pensó que una granja de gallinas también podía funcionar, también cultivaba champiñones en la bodega, había sembrado boniatos cuando nadie lo hacía y cacahuetes, solo para probar y además era apicultor. Tenía unas 20 colmenas y vendía la miel a 15 pts el Kg. En invierno bajaban las colmenas a Valencia con unos camiones que alquilaban, pero un año subiendo a Garcimolina el camión volcó y se abrieron las piqueras, escapando muchas abejas. Tuvieron que cortar el tráfico y esperar hasta la noche que volvieron todas a la colmena a dormir.

    Raimundo trillando en las Eras del Villar

    Para sacar más dinero le enseñó a su mujer Ambrosia a hacer fideos con una máquina, se hacía una masa e iba por las casas haciendo fideos, les daban aire para que no se pegaran y los dejaban colgados en unas cañas para secar.

    Sus hijos José y Julián ya se habían marchado a Barcelona y montaron una tiendecita para su hija Mª Jesús de 13 años, no se ganaba mucho dinero pero servía para estar entretenida y que los vecinos tuvieran donde comprar.

    Hermanos Montesinos

    Su hija Isabel nació cuando él ya tenía 50 años, alguna vez le habían preguntado si era su abuelo, juntos vieron como el pueblo se iba vaciando, los jóvenes se marchaban buscando un futuro mejor a ciudades como Barcelona o Valencia.

    Así fue como dejó de haber cura en el pueblo, Raimundo se hizo cargo de la iglesia, tocaba las campanas, doblaba, etc. También se quedaron las escuelas vacías, y Raimundo se quedó con las llaves, abría para que la gente se pudiera reunir allí y vendía algún refresco.

    Paella en familia

    Aunque le ofrecieron en varias ocasiones trabajo en Barcelona, Raimundo no quiso dejar su pueblo. Era una persona seria, de palabra, aunque muchos pensaban que era poco hablador, la verdad es que cuando tocaban algún tema que le interesaba podía estar conversando durante horas. Sabía álgebra y trigonometría y siempre quiso que sus hijos estudiaran. En aquellos tiempos en los que había tanta necesidad, Raimundo recibía de Madrid el periódico ABC todos los días, aunque llegaba un día más tarde. Le gustaba mucho leer las noticias y quería que sus hijos se aficionaran a la lectura.

    Cuando Raimundo se jubiló tuvo la suerte de que sus hijos José y Julián volvieran a vivir al pueblo, José se quedó el bar y  Julián la tienda. También por aquel entonces volvió al pueblo la familia de Gerardo, gracias a todos ellos y a sus hijos el pueblo siguió estando vivo por mucho tiempo.

    Sus últimos años los pasó en su pueblo, Garcimolina, escuchando la radio y leyendo novelas del oeste, donde fue enterrado el verano de 1992  rodeado de sus hijos y nietos.

     

     

     


  • El bar de Casas de Garcimolina sale a subasta

    El ayuntamiento de Casas de Garcimolina, informa que el día 2 de noviembre, salió publicada la licitación para el arrendamiento del local Bar del municipio, al cual los interesados podrán licitar hasta el día 17 de noviembre. Toda la información en el siguiente enlace:. Para cualquier consulta dirigirse al ayuntamiento al 969365392 / 626995499 o por correo electrónico secretaríamoyayagrupados@gmail.com.


  • La vendimia en Casas de Garcimolina

    En Garcimolina cuando pensamos en la vendimia nos vienen a la mente los extensos viñedos de La Mancha, o de Utiel-Requena donde hace años muchos garcimolineros pasaban parte del otoño vendimiando.  Los jóvenes salían contratados desde el pueblo y se les daba alojamiento y cena además del jornal de unas 60 pesetas al día.

    La vendimia era un trabajo duro pero ayudaba por un tiempo a la escasa economía de las familias de la época. En pueblos como Las Cuevas de Utiel, se creaba un buen ambiente e incluso se hacía cine por las tardes para los jóvenes venidos de otros lugares.

    Pero también en nuestros pueblos había viñas, en Garcimolina teníamos las viñas de la Moracha, la viña del Tío Crescencio o la del Tío Frutos y yendo para Santo Domingo, estaba la de Benito Perpiñán, una de las más grandes o las Viñas de Chinejo. Con el progresivo abandono de los pueblos  y la migración a las ciudades estos cultivos cayeron en el olvido.

    Fue en 2005 cuando David Blas se propuso crear en La Mina de Garcimolina un pequeño viñedo para el autoconsumo que diera  el vino justo para el año. Aunque en realidad la viña siempre fue la excusa para poder venir muchos fines de semana desde Barcelona hasta el pueblo.

    En la actualidad, la Viña La Mina tiene unas 400 cepas plantadas, un 80% de tempranillo y el resto de las variedades cabernet sauvignon y garnacha. Produce unos 270 litros de vino dependiendo del año, la mayoría es vino joven, excepto dos barricas que se dejan en crianza y se sacan entre agosto y septiembre.

    Al tratarse de una viña pequeña la vendimia se hace en un par de días, lo que más trabajo da es quitar las redes que protegen la uva de los pájaros. Al ser la única viña de la zona los pájaros se comerían las uvas en cuanto madurasen, por eso cada año hay que coser unas redes que deben ser descosidas y retiradas para la vendimia.

               

    Una vez que la uva está en la bodega, empieza el despalillado, que suelen hacer las mujeres durante una o dos tardes.

    Después se prensa la uva, para pasar a los depósitos donde se producirá la fermentación y para el mes de diciembre ya se podrá consumir el vino joven. El vino descansa en la bodega del abuelo Raimundo, una pequeña cueva que mantiene la temperatura durante todo el año.


Sobre nosotros

El objetivo es impulsar la participación y el desarrollo del asociacionismo, entre las personas mayores de Casas de Garcimolina y su entorno.

 

A veces, la parte más difícil de encontrar el éxito, es reunir el coraje para comenzar.

 

Las personas provechosas no miran hacia atrás para ver quién los observa, solo al frente y sus metas.

 

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“No digas poco en muchas palabras, sino mucho en pocas.” — Pitágoras —