Mi abuelo Juan Blas y algunos paisanos más. Primera entrega.

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Esta es la primera de tres entregas donde se relata la vida de Juan Blas y su familia. Personas que vivieron en nuestra Serranía desde finales del siglo XIX hasta la llegada de la democracia. En ellas podréis ver representados a vuestros padres, abuelos o vecinos y os trasladaréis por un momento a esta Serranía que tanto amo. Anabel Blas

Introducción

Todo aquel que en algún momento ha pisado nuestra Serranía cae profundamente enamorado de sus paisajes, sus gentes humildes, los olores a espliego, tomillo y sus bosques de sabinas, enebros y pinos. Pero ese maravilloso entorno esconde la dura historia de sus gentes: hombres y mujeres que tuvieron que luchar por sobrevivir en unos tiempos especialmente difíciles. Personas que durante años ocultaron capítulos de su biografía por miedo, por no revivir momentos duros. Pero las historias que no se cuentan se acaban perdiendo y ahora mismo el silencio es nuestro peor enemigo.

Este relato nace de lo más profundo de mis entrañas, de mi sangre, de mis ancestros y de cómo la vida de cada uno de ellos conformó lo que después sería la mía.

En estas páginas no hay nada inventado, ya que todo lo que se cuenta sucedió un día. Es cierto que he omitido episodios delicados por respeto a mi familia y por no reabrir viejas heridas, ya que solo se trata de rendir un pequeño homenaje a todas esas gentes que en algún momento habitaron nuestra Serranía.

Hasta donde yo sé, mi historia empieza en El Collado Verde.

1. El Collado Verde, Zafrilla.

Mi bisabuela Prudencia Asensio García, era una moza pequeñita de ojos azules. Había nacido en 1881 y vivía junto a sus padres, Hermenegildo y María Cruz, en el Collado Verde de Abajo, un rento que pertenecía al pueblo de Zafrilla en la Serranía Alta de Cuenca.

Se trataba de un pequeño grupo de cuatro o cinco casas de piedra en mitad del monte, donde unas pocas familias vivían de la agricultura de subsistencia y la ganadería. Un poco más arriba se encontraba el Collado Verde de Arriba, otro rento muy parecido al anterior. Las frías aguas del río Zafrilla habían ido formando un valle estrecho, que conservaba su verdor durante la mayor parte del año, excepto en invierno cuando las grandes nevadas teñían todo de blanco y aislaban a las familias durante semanas.

Los rentos con sus casas y tierras pertenecían a familias adineradas que los arrendaban a las gentes más pobres para su cultivo y el aprovechamiento de sus pastos. La vida en los rentos de la Serranía era dura: los inviernos muy fríos, la agricultura poco productiva y el aislamiento muy grande. La tierra y el ganado proporcionaban la comida suficiente para las familias, pero todo lo demás debían buscarlo en pueblos cercanos como Zafrilla o Salvacañete, caminando durante horas o ayudados por las caballerías de la época. La gente de los rentos era dura, trabajadora, estaba curtida en el campo e incluso tenían su forma particular de hablar. Esta era diferente a la de los pueblos, usando otro ritmo más lento característico del lugar.

Antiguos caminos de herradura comunicaban el Collado Verde con el resto de pueblos de la zona. Fue por uno de aquellos caminos por el que llegó un día Joaquín Blas, natural de Saldón, un pequeño pueblo de la cercana Sierra de Albarracín en Teruel. Seguramente su visita se debía a algún tema relacionado con el ganado, pues el intercambio entre los rentos y los pueblos cercanos era habitual. O puede que solo fuera en busca de una mujer con la que casarse y formar una familia ya que en aquel momento Joaquín era viudo y no tenía hijos. Era habitual que los hombres se desplazaran por los pueblos cuando sabían de la existencia de alguna mujer soltera.  Prudencia con 18 años ya estaba en edad de casarse y aquel hombre 15 años mayor que ella consiguió que abandonase el Collado Verde, su lugar de nacimiento.

El Collado Verde de Abajo en la actualidad.

 2 Saldón, Teruel.

Prudencia y Joaquín se casaron y establecieron su hogar en Saldón, que por aquel entonces tenía unos 400 habitantes. La vida en Saldón prometía ser más fácil, ya que se trataba de un pueblo más grande, con escuela, iglesia, algunos servicios y no tan aislado como el Collado Verde. Allí vivían de la agricultura, eran labradores como casi todos sus vecinos y fue el lugar donde nacieron muy seguidos sus tres hijos. A la mayor llamaron Florentina, a la siguiente Pilar y al pequeño Juan.

Por aquel entonces en la mayoría de pueblos no había agua corriente y la gente hacía sus necesidades en el campo o en las cuadras de los animales (normalmente situadas en las plantas bajas de las casas). El clima extremo de la sierra y las pocas condiciones higiénicas, hacían que la esperanza de vida fuera corta y que las enfermedades se propagasen con facilidad, causando la muerte incluso de gente joven y de muchos niños.

El 16 de mayo de 1908 el raquitismo acaba con la vida de Pilar, de tan solo cinco años. Meses después de fallecer la niña nace un nuevo niño, Leoncio, el pequeño de la casa. Pero ya se sabe que la alegría dura poco en la casa del pobre.

Al año siguiente, el 13 de mayo de 1909 Joaquín, el padre de familia fallecía con 44 años debido a una bronquitis aguda. Prudencia se queda viuda con 29 años y a duras penas sigue viviendo en Saldón con Florentina, Juan y Leoncio, ya que en aquella época una mujer sola con tres niños lo tenía muy difícil. Solo tres meses después de morir Joaquín, fallece también su hijo Leoncio, el pequeño, de una diarrea intestinal. Estos últimos acontecimientos provocarán el más profundo dolor en Prudencia y sobre todo el miedo, un terror atroz a perder los dos hijos que le quedan con vida.

En poco más de un año Prudencia ha perdido a sus dos hijos y a su marido. La miseria y la enfermedad persigue a la familia de tal forma que obligada por las circunstancias y con la esperanza de salvar a los dos hijos que le quedan, Prudencia toma una durísima decisión. Esta será la misma que les salvaría la vida y que hace que hoy pueda contaros esta historia.

3 Teruel

Prudencia se encuentra viuda, con un niño de cuatro años y una niña un poco mayor, en un pueblo que no es el suyo. La situación es inviable. Es entonces cuando mi bisabuela deja a su hija Florentina con unos familiares y a Juan en la Casa de la Beneficencia de Teruel. Esta también era conocida como La Inclusa de Teruel o la Casa de la Misericordia, lo que hoy en día conocemos como un orfanato. Las hijas de la caridad acogían a niños huérfanos, abandonados, o en el caso de Juan, huérfanos de padre en situación de pobreza extrema.

El 22 de octubre de 1909 mi abuelo Juan, un niño rubio de tan solo cuatro años, ingresa en La Inclusa, un lugar frío, donde abunda el hambre, los piojos y los capones de las monjas.

La Casa de la Beneficencia era un edificio enorme con largos pasillos y tres grandes patios en el centro. Un lugar de grandiosas dimensiones para Juan, que pocas veces había salido de Saldón. El recuerdo de La Inclusa lo acompañará para siempre y lo que vivió allí hará que sienta un gran odio hacia las monjas, la iglesia y todo lo relacionado con el clero. Juan decía que pasó más hambre en el orfanato que en su propia casa y que allí solo había rosarios y tirones de oreja.

Por muy malos que fueran los recuerdos de La Inclusa, la realidad es que la estancia allí libró a mi abuelo de una muerte similar a la de sus hermanos. Juan pasó dos largos años en esa institución y puedo imaginar lo que sintió el día en que su madre volvió para llevarlo con ella.

Casa de la Beneficencia   1915.

4 La Huérguina

Dos años después de la muerte de su marido Joaquín, Prudencia contrae matrimonio de nuevo con un viudo de La Huérguina, en la Serranía Baja de Cuenca. Qué casualidad, su nombre era Blas y tenía veintiún años más que ella. Blas Sánchez era un hombre muy listo, tenía el don de predecir el tiempo y los labradores del pueblo confiaban en sus predicciones para sus tareas del campo, pues casi siempre acertaba. Por aquel entonces, La Huérguina contaba con unos 260 habitantes y una situación muy privilegiada al lado de Cañete, municipio de referencia de la zona.

A raíz del nuevo matrimonio, Prudencia prevé una mejora en su situación económica y un periodo de más estabilidad en su vida. Ha llegado el momento de recuperar a sus hijos, Juan que lleva dos largos años en el orfanato de Teruel y Florentina que estaba con unos familiares. Es así como los dos pequeños llegan a La Huérguina, pero de nuevo las cosas se tuercen y la hija mayor, Florentina, fallece al poco tiempo de la boda de su madre. De los cuatro hijos que tuvo solo le quedaba uno: mi abuelo Juan.

El nuevo marido de mi bisabuela, ya contaba con 3 hijos de su anterior matrimonio: Victorino, Lucía y Juanico. Este último había vivido algo muy parecido a mi abuelo Juan, pues al morir su madre, fue enviado con unos parientes al Toril (un pueblo de Teruel) y en cuanto su padre se volvió a casar lo trajo de nuevo a La Huérguina. De aquella estancia en Teruel conservaba el nombre de Juanico. Digamos que las familias se encargaban de los niños hasta que sus padres viudos recomponían sus vidas.

Mi abuelo Juan y Juanico enseguida entablaron buena amistad. Juanico se enfadaba mucho cuando le hablaban de su hermanastro Juan, pues para él era un hermano y lo quería muchísimo.

Los matrimonios entre viudos eran habituales. Los hombres necesitaban mujeres que atendieran a los hijos huérfanos e hicieran las tareas de la casa y las viudas necesitaban un marido que procurase el sustento de la familia y llevase a cabo las tareas más duras del campo. Por aquellos pueblos se corría la voz de que había un viudo o una viuda en el pueblo cercano y los matrimonios se arreglaban. Se podría decir que no eran precisamente historias de amor.

Blas Sánchez y Prudencia tuvieron juntos cuatro hijas más: María Cruz, Dionisia, Marcelina y Amparo. Además, estaban los tres del anterior matrimonio de Blas.

5 Peñarrubia

Mi abuelo y su madre no pasaron mucho tiempo juntos. En la casa de La Huérguina había muchos niños que alimentar, así que lo normal era que los hermanos mayores trabajasen donde buenamente pudieran.

Mi abuelo contaba que con solo seis años estaba cuidando vacas en Peñarrubia. Yo creo que sería algún año más, pero según sus palabras con seis años su familia lo mandó a cuidar las vacas de una conocida ganadería de la zona. Allí mi abuelo pasó muchísimo miedo, pues aunque las vacas eran mansas, eran mucho más grandes que él, que era solo un niño. También se acordaba de una vaca llamada Retinta y de un toro que por las noches entraba a la finca de las remolachas y se las comía. Hasta que una noche el dueño de las vacas cargó un cartucho con sal y disparó a las patas del animal, que nunca más volvió a entrar a las remolachas.

Mi abuelo con 6 años no sabía lo que era la escuela y esas eran sus vivencias en 1911.

6 Andalucía

Los años fueron pasando tranquilos en La Huérguina. Mientras mi bisabuela Prudencia sacaba adelante con mucho esfuerzo a sus cuatro hijas pequeñas, el pequeño Juan se había convertido en todo un mozo. Fue entonces cuando emprendió un viaje hacia el sur.

Salieron de La Huérguina unos cuantos pares de mulas con sus dueños. Como mi abuelo no tenía mula iba de ayudante y bajaron hasta algún pueblo de Andalucía. Allí permaneció durante tres meses labrando los campos de cierto terrateniente. Campos inmensos que nada tenían que ver con las pequeñas parcelas de nuestra serranía. De aquel viaje y de sus tres meses de trabajo, mi abuelo solo sacó su comida y la de las mulas. Con lo poquísimo que cobró compró unas medias para cada una de sus hermanas y un revólver. El resultado de tanto trabajo había sido más bien pobre, ya que se trataba de trabajar para comer y poco más. Debido a que era una época convulsa, había mucha gente que tenía pistolas para defenderse por lo que pudiera pasar y mi abuelo no iba a ser menos.

De vuelta a La Huérguina, estuvieron un día mi abuelo Juan y su hermano Juanico en el pajar de Genaro probando el revólver, tirándole a una puerta hasta que se acabó la munición. A saber por cuántas manos había pasado ya aquella arma, ya que tenía tantos tiros pegados que las balas en vez de salir rectas, salían cruzadas. Espero que nunca tuviera que usarla.

7 Barceloneta

La vida en la Serranía seguía siendo dura. Las condiciones obligaban a los mozos jóvenes a emigrar de forma estacional o definitiva a otros lugares, principalmente Barcelona y Valencia. Los jóvenes lo veían como una oportunidad de salir de la pobreza, vivir una vida más cómoda y tener ingresos con los que ayudar a sus familias. Mi abuelo se dirigió hacia Barcelona.

La celebración próxima de la Exposición Internacional de 1929 demandaba gran cantidad de mano de obra de albañiles, carpinteros y toda clase de oficios para la urbanización de la zona de Montjuïc, donde por aquel entonces vivían unas mil familias a las que hubo que reubicar.

Obras en la Plaza de España.

Muchos hombres de nuestra zona se desplazaron a Barcelona esos años para trabajar, pero la ciudad no estaba preparada para albergar a tantas personas y tuvieron que instalarse de cualquier manera.

Mi abuelo con cerca de veinte años trabajaba de peón y vivía junto a dos hermanos (el Tío Pepe Cirilo y el Tío Venceslao) que también eran de La Huérguina, en una chabola en la Barceloneta.

Al lado del Mediterráneo y hasta en la propia arena, había surgido una nueva ciudad. Un mar de chabolas, hechas de cualquier manera y sin agua corriente, que albergaba a cientos de obreros venidos de todas partes de la península. Algunos de ellos llegaban con sus familias e hijos y vivían en las condiciones de más absoluta miseria y precariedad.

En ocasiones el mar inundaba las casas y la zona se convirtió en uno de los lugares más peligrosos de la ciudad, donde nadie querría pasar una noche. Unos riachuelos pestilentes bajaban hacia el mar por entre las chabolas y la zona era más parecida a un vertedero que a un lugar donde habitar.

 

    

Barracas en la playa                                                                                              Barracas en la zona de Montjuïc

 Un día, en una chabola cercana, mi abuelo presenció cómo dos hermanos casi se matan. Tenían que traer el agua desde lejos en una palangana y con ella se lavaban varias personas. Puedo imaginar cómo estaría aquel caldo cuando fuera a lavarse el último. Por querer lavarse uno antes, se inició una discusión que hizo que un hermano enganchase al otro por el cuello y lo apretase hasta casi ahogarlo. Los gritos de la bronca llamaron la atención de mi abuelo, que llegó cuando el agredido ya se estaba poniendo morado. Mi abuelo horrorizado separó a los dos hermanos de un golpe. Al ahogado le costó reaccionar, pero sobrevivió. Definitivamente la vida en las chabolas era complicada.

 

Próximamente segunda entrega.

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