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Estamos a 5 de febrero, Santa Águeda. Un día que en muchos pueblos de España se celebra con la fiesta de los quintos.
Para nuestros jóvenes un quinto es un botellín pequeño de cerveza, pero para nuestros mayores salir de quintos era todo un acontecimiento, un momento especial en la vida de los muchachos del pueblo. Los chicos, al cumplir la mayoría de edad debían abandonar sus casas unos meses para hacer el servicio militar obligatorio, para muchos de ellos sería la primera vez que salían más allá de su provincia.
Todo empezaba con un sorteo, donde se establecía el destino de cada quinto. Cuando ya todos sabían a donde les había tocado ir hacían una buena comida que se alargaba hasta la noche y terminaba con una gran fiesta de despedida. Gerardo Pérez recuerda que mataban un cordero o un cabrito y entre todos se lo comían.
Algunas veces, los días previos a su partida, se aprovechaban para llevar a cabo pequeñas tropelías, los vecinos podían echar de menos alguna gallina, o conejo en sus corrales, seguramente se la habrían cenado los quintos la noche de antes.
Nuestro vecino Julián Montesinos recuerda esa gran fiesta con baile incluido. Julián fue destinado a Madrid, a la zona del Manzanares, aunque no sabía nada de música le tocó tocar la corneta en la banda. Le enseñaron a tocar los pitidos correspondientes para cada momento, así pasó 16 meses, ensayando con la corneta y saliendo por las tardes a trabajar de albañil a los chalets de la zona.
Rafael Marín recuerda con mucho cariño sus días de quinto, sus padres ya vivían en Valencia y se subió desde allí con su madre para pasar unos días en Garcimolina, antes de su partida. Por aquel entonces no había autobús al pueblo y el recorrido que se hacía era de Valencia a Utiel en tren, desde allí un autobús hasta Landete y en Landete se cogía otro autobús que se llamaba ‘El Cubillo’ que iba de Santa Cruz a Cuenca. Rafael y su madre se bajaron en Fuentelespino y desde allí caminaron hasta Garcimolina, en la ruta que hacía el cartero, Mariano, con el correspondiente frío del mes de febrero en la Serranía.
Rafael Marín con compañeros de Landete, Sto. Domingo, Pedro Izquierdo, Algarra y Cañete.
Desde Barcelona acudió Lisardo, también quinto. Coincidió que eran carnavales y la costumbre era perseguir a las chicas para mancharles la cara con hollín. Después del fiestón se fueron para Fuentelespino y desde allí a Cuenca donde cada uno iría a su destino. En aquella ocasión coincidió que los cinco quintos del pueblo fueron a Madrid. Luís el del tío Ponciano le tocó Alcalá de Henares, a Rafael a Leganés, a Ricardo al centro de Madrid y en Getafe estaban Enrique y Abel. Mientras duró su servicio militar se vieron allí en varias ocasiones. Y cuando les licenciaron Abel y Rafael coincidieron en el tren de vuelta a Valencia.
Los quintos tenían también un papel destacado en la fiesta de los mayos y en el matagorrino se les invitaba a cenar.
¿Nos cuentas como fueron tus quintos?
Rafael Marín años 60
Escrito por Anabel Blas gracias a las aportaciones de Rafael Marín, Julián Montesinos, Carlos Martínez y Gerardo Pérez.
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